COMPENDIO DEL CATECISMO DE LA IGLESIA CATÓLICA
¿Cuál es el misterio central de la fe y de la vida cristiana?
El misterio central de la fe y de la vida cristiana es el misterio de la Santísima Trinidad. Los cristianos son bautizados en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
¿Puede la razón humana conocer, por sí sola, el misterio de la Santísima Trinidad?
Dios ha dejado huellas de su ser trinitario en la creación y en el Antiguo Testamento, pero la intimidad de su ser como Trinidad Santa constituye un misterio inaccesible a la sola razón humana e incluso a la fe de Israel, antes de la Encarnación del Hijo de Dios y del envío del Espíritu Santo. Este misterio ha sido revelado por Jesucristo, y es la fuente de todos los demás misterios.
¿Cómo expresa la Iglesia su fe trinitaria?
La Iglesia expresa su fe trinitaria confesando un solo Dios en tres Personas: Padre, Hijo y Espíritu Santo. Las tres divinas Personas son un solo Dios porque cada una de ellas es idéntica a la plenitud de la única e indivisible naturaleza divina. Las tres son realmente distintas entre sí, por sus relaciones recíprocas: el Padre engendra al Hijo, el Hijo es engendrado por el Padre, el Espíritu Santo procede del Padre y del Hijo.
¿Cómo obran las tres divinas Personas?
Inseparables en su única sustancia, las divinas Personas son también inseparables en su obrar: la Trinidad tiene una sola y misma operación. Pero en el único obrar divino, cada Persona se hace presente según el modo que le es propio en la Trinidad. «Dios mío, Trinidad a quien adoro... pacifica mi alma. Haz de ella tu cielo, tu morada amada y el lugar de tu reposo. Que yo no te deje jamás solo en ella, sino que yo esté allí enteramente, totalmente despierta en mi fe, en adoración, entregada sin reservas a tu acción creadora» (Beata Isabel de la Trinidad)
TEXTOS DE SAN JOSEMARÍA
Es Cristo que pasa
Me gusta hacer considerar cómo el cristiano, en su existencia ordinaria y corriente, en los detalles más sencillos, en las circunstancias normales de su jornada habitual, pone en ejercicio la fe, la esperanza y la caridad, porque allí reposa la esencia de la conducta de un alma que cuenta con el auxilio divino; y que, en la práctica de esas virtudes teologales, encuentra la alegría, la fuerza y la serenidad.
Estos son los frutos de la paz de Cristo, de la paz que nos trae su Corazón Sacratísimo. Porque —digámoslo una vez más— el amor de Jesús a los hombres es un aspecto insondable del misterio divino, del amor del Hijo al Padre y al Espíritu Santo. El Espíritu Santo, el lazo de amor entre el Padre y el Hijo, encuentra en el Verbo un Corazón humano.
No es posible hablar de estas realidades centrales de nuestra fe, sin advertir la limitación de nuestra inteligencia y las grandezas de la Revelación. Pero, aunque no podamos abarcar esas verdades, aunque nuestra razón se pasme ante ellas, humilde y firmemente las creemos: sabemos, apoyados en el testimonio de Cristo, que son así. Que el Amor, en el seno de la Trinidad, se derrama sobre todos los hombres por el amor del Corazón de Jesús. (Punto 169)
Forja 296
Aprende a alabar al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo. Aprende a tener una especial devoción a la Santísima Trinidad: creo en Dios Padre, creo en Dios Hijo, creo en Dios Espíritu Santo; espero en Dios Padre, espero en Dios Hijo, espero en Dios Espíritu Santo; amo a Dios Padre, amo a Dios Hijo, amo a Dios Espíritu Santo. Creo, espero y amo a la Trinidad Beatísima.
—Hace falta esta devoción como un ejercicio sobrenatural del alma, que se traduce en actos del corazón, aunque no siempre se vierta en palabras. (Punto 296)
Camino
¡Cómo gusta a los hombres que les recuerden su parentesco con personajes de la literatura, de la política, de la milicia, de la Iglesia!...
—Canta ante la Virgen Inmaculada, recordándole:
Dios te salve, María, hija de Dios Padre: Dios te salve, María, Madre de Dios Hijo: Dios te salve, María, Esposa de Dios Espíritu Santo... ¡Más que tú, sólo Dios! (Punto 496)
http://www.opusdei.org.co/art.php?p=17002
"Jesus, tu eres mi camino, ayudame a vecer los atajos, las trochas que me pierden en la mentira, que me ocultan la verdad y que me hacen perder la vida". Amen.
domingo, 30 de mayo de 2010
Como María, Santísima Trinidad debe conducir a todo cristiano, dice el Papa Benedicto XVI
Al presidir el Ángelus dominical ante miles de fieles en la Plaza de San Pedro, el Papa Benedicto XVI resaltó que así como sucedió con la Virgen María, la Santísima Trinidad compuesta por Dios Padre, Dios Hijo y Dios Espíritu Santo, debe conducir la vida de todo cristiano viviendo este misterio con profunda fe y con la necesaria apertura a la gracia "para avanzar en el amor hacia Dios y hacia el prójimo".
En su reflexión antes de la oración mariana, el Santo Padre señaló que "este domingo de la Santísima Trinidad, en cierta manera, recapitula la revelación de Dios ocurrida en los misterios pascuales: muerte y resurrección de Cristo, su ascensión a la derecha del Padre y la efusión del Espíritu Santo. La mente y el lenguaje humanos son inadecuados para explicar la relación existente entre el Padre, el Hijo y el espíritu Santo, y sin embargo los Padres de la Iglesia han procurado ilustrar el misterio de Dios, Uno y Trino, viviéndolo en la propia existencia con profunda fe".
"La Trinidad divina, de hecho, hace morada en nosotros en el día de Bautismo. ‘Yo te bautizo –dice el ministro– en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo". El nombre de Dios, en que hemos sido bautizados, lo recordamos cada vez que hacemos la señal de la cruz. El teólogo Romano Guardini, a propósito de la señal de la cruz observa: ‘lo hacemos antes de la oración, para que nos disponga espiritualmente en orden; para concentrar en Dios los pensamientos, el corazón y la voluntad; después de la oración, para que permanezca en nosotros aquello que Dios nos ha dado. Ello abarca todo el ser, cuerpo y alma, y todo queda consagrado en nombre del Dios, Uno y Trino’".
Seguidamente el Papa afirmó que "en la señal de la cruz y en el nombre del Dios viviente está, por ello, contenido el anuncio que genera la fe e inspira a la oración. Y, como en el Evangelio Jesús promete a los Apóstoles que ‘cuando venga el Espíritu de la Verdad, él los introducirá en toda la verdad’, así sucede en la liturgia dominical, cuando los sacerdotes dispensan, semana tras semana, el pan de la Palabra y de la Eucaristía".
http://www.aciprensa.com/noticia.php?n=29779
¡GLORIA AL PADRE, Y AL HIJO Y AL ESPÍRITU SANTO!
(Papa Benedicto XVI)
Hoy contemplamos la Santísima Trinidad tal como nos la dio a conocer Jesús. Él nos reveló que Dios es amor “no en la unidad de una sola persona, sino en la trinidad de una sola sustancia” (Prefacio): es Creador y Padre misericordioso; es Hijo unigénito, eterna Sabiduría encarnada, muerto y resucitado por nosotros; y, por último, es Espíritu Santo, que lo mueve todo, el cosmos y la historia, hacia la plena recapitulación final.
Tres Personas que son un solo Dios, porque el Padre es amor, el Hijo es amor y el Espíritu es amor. Dios es todo amor y sólo amor, amor purísimo, infinito y eterno. No vive en una espléndida soledad, sino que más bien es fuente inagotable de vida que se entrega y comunica incesantemente.
Lo podemos intuir, en cierto modo, observando tanto el macro-universo —nuestra tierra, los planetas, las estrellas, las galaxias— como el micro-universo —las células, los átomos, las partículas elementales—. En todo lo que existe está grabado, en cierto sentido, el “nombre” de la Santísima Trinidad, porque todo el ser, hasta sus últimas partículas, es ser en relación, y así se trasluce el Dios-relación, se trasluce en última instancia el Amor creador.
Todo proviene del amor, tiende al amor y se mueve impulsado por el amor, naturalmente con grados diversos de conciencia y libertad. “¡Señor, Dios nuestro, qué admirable es tu nombre en toda la tierra!” (Sal 8, 2), exclama el salmista. Hablando del “nombre”, la Biblia indica a Dios mismo, su identidad más verdadera, identidad que resplandece en toda la creación, donde cada ser, por el mismo hecho de existir y por el “tejido” del que está hecho, hace referencia a un Principio trascendente, a la Vida eterna e infinita que se entrega; en una palabra, al Amor. “En él —dijo san Pablo en el Areópago de Atenas— vivimos, nos movemos y existimos” (Hch 17, 28).
La prueba más fuerte de que hemos sido creados a imagen de la Trinidad es esta: sólo el amor nos hace felices, porque vivimos en relación, y vivimos para amar y ser amados. Utilizando una analogía sugerida por la biología, diríamos que el ser humano lleva en su “genoma” la huella profunda de la Trinidad, de Dios-Amor
http://www.minutosdeamor.com/?p=2260
En su reflexión antes de la oración mariana, el Santo Padre señaló que "este domingo de la Santísima Trinidad, en cierta manera, recapitula la revelación de Dios ocurrida en los misterios pascuales: muerte y resurrección de Cristo, su ascensión a la derecha del Padre y la efusión del Espíritu Santo. La mente y el lenguaje humanos son inadecuados para explicar la relación existente entre el Padre, el Hijo y el espíritu Santo, y sin embargo los Padres de la Iglesia han procurado ilustrar el misterio de Dios, Uno y Trino, viviéndolo en la propia existencia con profunda fe".
"La Trinidad divina, de hecho, hace morada en nosotros en el día de Bautismo. ‘Yo te bautizo –dice el ministro– en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo". El nombre de Dios, en que hemos sido bautizados, lo recordamos cada vez que hacemos la señal de la cruz. El teólogo Romano Guardini, a propósito de la señal de la cruz observa: ‘lo hacemos antes de la oración, para que nos disponga espiritualmente en orden; para concentrar en Dios los pensamientos, el corazón y la voluntad; después de la oración, para que permanezca en nosotros aquello que Dios nos ha dado. Ello abarca todo el ser, cuerpo y alma, y todo queda consagrado en nombre del Dios, Uno y Trino’".
Seguidamente el Papa afirmó que "en la señal de la cruz y en el nombre del Dios viviente está, por ello, contenido el anuncio que genera la fe e inspira a la oración. Y, como en el Evangelio Jesús promete a los Apóstoles que ‘cuando venga el Espíritu de la Verdad, él los introducirá en toda la verdad’, así sucede en la liturgia dominical, cuando los sacerdotes dispensan, semana tras semana, el pan de la Palabra y de la Eucaristía".
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¡GLORIA AL PADRE, Y AL HIJO Y AL ESPÍRITU SANTO!
(Papa Benedicto XVI)
Hoy contemplamos la Santísima Trinidad tal como nos la dio a conocer Jesús. Él nos reveló que Dios es amor “no en la unidad de una sola persona, sino en la trinidad de una sola sustancia” (Prefacio): es Creador y Padre misericordioso; es Hijo unigénito, eterna Sabiduría encarnada, muerto y resucitado por nosotros; y, por último, es Espíritu Santo, que lo mueve todo, el cosmos y la historia, hacia la plena recapitulación final.
Tres Personas que son un solo Dios, porque el Padre es amor, el Hijo es amor y el Espíritu es amor. Dios es todo amor y sólo amor, amor purísimo, infinito y eterno. No vive en una espléndida soledad, sino que más bien es fuente inagotable de vida que se entrega y comunica incesantemente.
Lo podemos intuir, en cierto modo, observando tanto el macro-universo —nuestra tierra, los planetas, las estrellas, las galaxias— como el micro-universo —las células, los átomos, las partículas elementales—. En todo lo que existe está grabado, en cierto sentido, el “nombre” de la Santísima Trinidad, porque todo el ser, hasta sus últimas partículas, es ser en relación, y así se trasluce el Dios-relación, se trasluce en última instancia el Amor creador.
Todo proviene del amor, tiende al amor y se mueve impulsado por el amor, naturalmente con grados diversos de conciencia y libertad. “¡Señor, Dios nuestro, qué admirable es tu nombre en toda la tierra!” (Sal 8, 2), exclama el salmista. Hablando del “nombre”, la Biblia indica a Dios mismo, su identidad más verdadera, identidad que resplandece en toda la creación, donde cada ser, por el mismo hecho de existir y por el “tejido” del que está hecho, hace referencia a un Principio trascendente, a la Vida eterna e infinita que se entrega; en una palabra, al Amor. “En él —dijo san Pablo en el Areópago de Atenas— vivimos, nos movemos y existimos” (Hch 17, 28).
La prueba más fuerte de que hemos sido creados a imagen de la Trinidad es esta: sólo el amor nos hace felices, porque vivimos en relación, y vivimos para amar y ser amados. Utilizando una analogía sugerida por la biología, diríamos que el ser humano lleva en su “genoma” la huella profunda de la Trinidad, de Dios-Amor
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domingo, 23 de mayo de 2010
"No existe Iglesia sin Pentecostés y no existe Pentecostés sin la Virgen María" dice el Papa
Este medio día, tras haber celebrado la Santa Eucaristía en la Basílica de San Pedro en la Solemnidad de Pentecostés, el Papa Benedicto XVI rezó el Regina Caeli con miles de peregrinos que se dieron cita en la Plaza de San Pedro, y en sus palabras introductorias recordó la necesidad que tiene la Iglesia de las efusiones del Espíritu Santo para poder cumplir su misión de anunciar el Evangelio en todo el mundo.
“La Iglesia vive constantemente de la efusión del Espíritu Santo, sin el cual esta terminaría sus fuerzas, como una barca a vela a la que le falta el viento”, dijo el Santo Padre.
El Papa afirmó que los Concilios son un ejemplo en los que se da una especial efusión del Espíritu Santo, y recordó el Concilio Ecuménico Vaticano II. Entre sus ejemplos de efusión del Espíritu también citó el “celebre encuentro de los movimientos eclesiales con el Venerable Juan Pablo II en la fiesta de Pentecostés de 1998”-
“La Iglesia –agregó- conoce innumerables ‘pentecostés’ que vivifican las comunidades locales: las Liturgias, en particular aquellas vividas en momentos especiales para la vida de la comunidad, en las que la fuerza de Dios es percibida en modo evidente infundiendo en los ánimos alegría y entusiasmo”.
Continuó citando los “tantos congresos de oración, en los que los jóvenes escuchan claramente la llamada de Dios a enraizar su vida en su amor, incluso consagrándose enteramente a Él”.
Más adelante, el Pontífice resalto que “no existe Iglesia sin Pentecostés. Y quisiera agregar: no existe Pentecostés sin la Virgen María. Así fue al inicio, en el Cenáculo, donde los discípulos ‘perseveraban en la oración, junto con algunas mujeres y junto a María, la Madre de Jesús’”.
“Esto lo he también vivido hace poco en Fátima –prosiguió-. ¿Qué cosa ha vivido aquella inmensa multitud en ese Santuario done todos eran un solo corazón y una sola alma, sino una renovada Pentecostés? En medio de nosotros estaba María, la Madre de Jesús. Es esta la experiencia típica de los grandes santuarios marianos”.
Seguidamente el Papa hizo una invitación a todos los cristianos a estar “espiritualmente unidos a la Madre de Cristo y de la Iglesia invocando con fe una renovada efusión del divino Paráclito. La invocamos para toda la Iglesia, y particularmente en este Año Sacerdotal, para todos los ministros del Evangelio, para que el mensaje de la Salvación sea anunciado a todas las personas”.
Tras haber rezado el Regina Caeli el Papa saludó a los presentes en diversos idiomas e impartió su Bendición Apostólica
http://www.aciprensa.com/noticia.php?n=29684
“La Iglesia vive constantemente de la efusión del Espíritu Santo, sin el cual esta terminaría sus fuerzas, como una barca a vela a la que le falta el viento”, dijo el Santo Padre.
El Papa afirmó que los Concilios son un ejemplo en los que se da una especial efusión del Espíritu Santo, y recordó el Concilio Ecuménico Vaticano II. Entre sus ejemplos de efusión del Espíritu también citó el “celebre encuentro de los movimientos eclesiales con el Venerable Juan Pablo II en la fiesta de Pentecostés de 1998”-
“La Iglesia –agregó- conoce innumerables ‘pentecostés’ que vivifican las comunidades locales: las Liturgias, en particular aquellas vividas en momentos especiales para la vida de la comunidad, en las que la fuerza de Dios es percibida en modo evidente infundiendo en los ánimos alegría y entusiasmo”.
Continuó citando los “tantos congresos de oración, en los que los jóvenes escuchan claramente la llamada de Dios a enraizar su vida en su amor, incluso consagrándose enteramente a Él”.
Más adelante, el Pontífice resalto que “no existe Iglesia sin Pentecostés. Y quisiera agregar: no existe Pentecostés sin la Virgen María. Así fue al inicio, en el Cenáculo, donde los discípulos ‘perseveraban en la oración, junto con algunas mujeres y junto a María, la Madre de Jesús’”.
“Esto lo he también vivido hace poco en Fátima –prosiguió-. ¿Qué cosa ha vivido aquella inmensa multitud en ese Santuario done todos eran un solo corazón y una sola alma, sino una renovada Pentecostés? En medio de nosotros estaba María, la Madre de Jesús. Es esta la experiencia típica de los grandes santuarios marianos”.
Seguidamente el Papa hizo una invitación a todos los cristianos a estar “espiritualmente unidos a la Madre de Cristo y de la Iglesia invocando con fe una renovada efusión del divino Paráclito. La invocamos para toda la Iglesia, y particularmente en este Año Sacerdotal, para todos los ministros del Evangelio, para que el mensaje de la Salvación sea anunciado a todas las personas”.
Tras haber rezado el Regina Caeli el Papa saludó a los presentes en diversos idiomas e impartió su Bendición Apostólica
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Oración al Espíritu Santo
Oración corta al Espíritu Santo
Sopla sobre mí, Espíritu Santo,
para que todos mis pensamientos sean santos.
Actúa en mi, Espíritu Santo,
para que también mi trabajo sea santo.
Induce mi corazón, Espíritu Santo,
para que ame solamente a aquello que es santo.
Fortaléceme, Espíritu Santo,
para defender todo lo que es santo.
Guárdame, Espíritu Santo,
para que yo siempre sea santo.
Por los Siete Dones del Espíritu Santo
Bendito Espíritu de Sabiduría, ayúdame a buscar a Dios. Que sea el centro de mi vida, orientada hacia Él para que reine en mi alma el amor y armonía.
Bendito Espíritu de Entendimiento, ilumina mi mente, para que yo conozca y ame las verdades de fe y las haga verdadera vida de mi vida.
Bendito Espíritu de Consejo, ilumíname y guíame en todos mis caminos, para que yo pueda siempre conocer y hacer tu santa voluntad. Hazme prudente y audaz.
Bendito Espíritu de Fortaleza, vigoriza mi alma en tiempo de prueba y adversidad. Dame lealtad y confianza.
Bendito Espíritu de Ciencia, ayúdame a distinguir entre el bien y el mal. Enséñame a proceder con rectitud en la presencia de Dios. Dame clara visión y decisión firme.
Bendito Espíritu de Piedad, toma posesión de mi corazón; inclinalo a creer con sinceridad en Ti, a amarte santamente, Dios mio, para que con toda mi alma pueda yo buscarte a ti, que eres mi Padre, el mejor y más verdadero gozo.
Bendito Espíritu de Santo Temor, penetra lo mas intimo de mi corazón para que yo pueda siempre recordar tu presencia. Hazme huir del pecado y concédeme profundo respeto para con Dios y ante los demás, creados a imagen de Dios
Como el Padre me ha enviado, así también os envío yo. Recibid el Espíritu Santo
Al anochecer de aquel día, el día primero de la semana, estaban los discípulos en su casa, con las puertas cerradas por miedo a los judíos. Y en esto entró Jesús, se puso en medio y les dijo: “Paz a vosotros.” Y, diciendo esto, les enseñó las manos y el costado. Y los discípulos se llenaron de alegría al ver al Señor. Jesús repitió: “Paz a vosotros. Como el Padre me ha enviado, así también os envió yo.” Y, dicho esto, exhaló su aliento sobre ellos y les dijo: “Recibid el Espíritu Santo; a quienes les perdonéis los pecados, les quedan perdonados
http://www.minutosdeamor.com/?p=2228
Celebramos hoy la solemnidad de Pentecostés, una antigua fiesta judía que celebraba la memoria de la Alianza entre Dios con su pueblo en el Monte Sinaí (Ex 19). Leíamos en los Hechos de los apóstoles que los discípulos estaban reunidos en oración en el Cenáculo, cuando sobre ellos descendió con potencia el Espíritu Santo, como viento y fuego. Así ahora podían anunciar en varios idiomas la buena noticia de la resurrección de Cristo (Hch 2,1-4). Fue aquello el “bautismo en el Espíritu Santo”, que ya había anunciado Juan el Bautista: “Yo te bautizo con agua - dijo a la multitud-, pero Él que viene después de mí es más poderoso que yo… Él les bautizará con el Espíritu Santo y fuego” (Mateo 3,11). En efecto, toda la misión de Jesús había estado finalizada para dar a los hombres el Espíritu de Dios y para bautizar en su “limpieza” de regeneración. Esto se ha realizado con su glorificación (Jn 7,39), a través de su muerte y resurrección: el Espíritu de Dios ha sido derramado de modo superabundante, como una cascada capaz de purificar todo corazón, apagar el incendio del mal y de ascender en el mundo el fuego del amor divino. Los Hechos de los apóstoles presentan a Pentecostés como el cumplimiento de esa promesa y, por tanto como culminación de toda la misión de Jesús. Él mismo, después de su resurrección, le ordenó a sus discípulos permanecer en Jerusalén, porque dijo- “vosotros sereís bautizados en el Espíritu Santo pasados no muchos días” (Hch 1,5), y agregó: “Recibiréis la fuerza del Espíritu Santo que descenderá sobre vosotros y seréis mis testigos en Jerusalén, en toda Judea y Samaria y hasta los confines de la tierra” (Hch 1,8). Pentecostés es, por tanto, de una manera especial, el bautismo de la Iglesia que lleva su misión universal comenzando por las calles de Jerusalén, con la prodigiosa predicación en las diversas lenguas de la humanidad. En este bautismo del Espíritu Santo, son inseparables la dimensión personal y la comunitaria. El “yo” del discípulo y el “nosotros” de la Iglesia. El Espíritu consagra a la persona y al mismo tiempo la hace miembro vivo del Cuerpo místico de Cristo, partícipe de la misión de ser testigos de su amor. Y esto se logra a través de los Sacramentos de la iniciación cristiana: el Bautismo y la Confirmación.
http://www.minutosdeamor.com/?p=2253
http://www.minutosdeamor.com/?p=2228
Celebramos hoy la solemnidad de Pentecostés, una antigua fiesta judía que celebraba la memoria de la Alianza entre Dios con su pueblo en el Monte Sinaí (Ex 19). Leíamos en los Hechos de los apóstoles que los discípulos estaban reunidos en oración en el Cenáculo, cuando sobre ellos descendió con potencia el Espíritu Santo, como viento y fuego. Así ahora podían anunciar en varios idiomas la buena noticia de la resurrección de Cristo (Hch 2,1-4). Fue aquello el “bautismo en el Espíritu Santo”, que ya había anunciado Juan el Bautista: “Yo te bautizo con agua - dijo a la multitud-, pero Él que viene después de mí es más poderoso que yo… Él les bautizará con el Espíritu Santo y fuego” (Mateo 3,11). En efecto, toda la misión de Jesús había estado finalizada para dar a los hombres el Espíritu de Dios y para bautizar en su “limpieza” de regeneración. Esto se ha realizado con su glorificación (Jn 7,39), a través de su muerte y resurrección: el Espíritu de Dios ha sido derramado de modo superabundante, como una cascada capaz de purificar todo corazón, apagar el incendio del mal y de ascender en el mundo el fuego del amor divino. Los Hechos de los apóstoles presentan a Pentecostés como el cumplimiento de esa promesa y, por tanto como culminación de toda la misión de Jesús. Él mismo, después de su resurrección, le ordenó a sus discípulos permanecer en Jerusalén, porque dijo- “vosotros sereís bautizados en el Espíritu Santo pasados no muchos días” (Hch 1,5), y agregó: “Recibiréis la fuerza del Espíritu Santo que descenderá sobre vosotros y seréis mis testigos en Jerusalén, en toda Judea y Samaria y hasta los confines de la tierra” (Hch 1,8). Pentecostés es, por tanto, de una manera especial, el bautismo de la Iglesia que lleva su misión universal comenzando por las calles de Jerusalén, con la prodigiosa predicación en las diversas lenguas de la humanidad. En este bautismo del Espíritu Santo, son inseparables la dimensión personal y la comunitaria. El “yo” del discípulo y el “nosotros” de la Iglesia. El Espíritu consagra a la persona y al mismo tiempo la hace miembro vivo del Cuerpo místico de Cristo, partícipe de la misión de ser testigos de su amor. Y esto se logra a través de los Sacramentos de la iniciación cristiana: el Bautismo y la Confirmación.
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domingo, 16 de mayo de 2010
El Papa en Portugal: Las cincuenta mejores frases de Benedicto XVI
Tercera parte del secreto de Fátima
4.- Lo importante es que el mensaje, la respuesta de Fátima, no tiene que ver sustancialmente con devociones particulares, sino con la respuesta fundamental, es decir, la conversión permanente, la penitencia, la oración, y las tres virtudes teologales: fe, esperanza y caridad. De este modo, vemos aquí la respuesta verdadera y fundamental que la Iglesia debe dar, que nosotros, cada persona, debemos dar en esta situación.
5.- La novedad que podemos descubrir hoy en este mensaje reside en el hecho de que los ataques al Papa y a la Iglesia no sólo vienen de fuera, sino que los sufrimientos de la Iglesia proceden precisamente de dentro de la Iglesia, del pecado que hay en la Iglesia. También esto se ha sabido siempre, pero hoy lo vemos de modo realmente tremendo: que la mayor persecución de la Iglesia no procede de los enemigos externos, sino que nace del pecado en la Iglesia y que la Iglesia, por tanto, tiene una profunda necesidad de volver a aprender la penitencia, de aceptar la purificación, de aprender, de una parte, el perdón, pero también la necesidad de la justicia. El perdón no sustituye la justicia.
6.- En una palabra, debemos volver a aprender estas cosas esenciales: la conversión, la oración, la penitencia y las virtudes teologales. De este modo, respondemos, somos realistas al esperar que el mal ataca siempre, ataca desde el interior y el exterior, pero también que las fuerzas del bien están presentes y que, al final, el Señor es más fuerte que el mal, y la Virgen para nosotros es la garantía visible y materna de la bondad de Dios, que es siempre la última palabra de la historia.
7.- Se equivoca quien piensa que la misión profética de Fátima está acabada. Aquí resurge aquel plan de Dios que interpela a la humanidad desde sus inicios: “¿Dónde está Abel, tu hermano? [...] La sangre de tu hermano me está gritando desde la tierra” (Gn 4,9). El hombre ha sido capaz de desencadenar una corriente de muerte y de terror, que no logra interrumpirla... En la Sagrada Escritura se muestra a menudo que Dios se pone a buscar a los justos para salvar la ciudad de los hombres y lo mismo hace aquí, en Fátima, cuando Nuestra Señora pregunta: “¿Queréis ofreceros a Dios para soportar todos los sufrimientos que Él quiera mandaros, como acto de reparación por los pecados por los cuales Él es ofendido, y como súplica por la conversión de los pecadores?” (Memórias da Irmā Lúcia, I, 162).
http://revistaecclesia.com/content/view/17819/305/
4.- Lo importante es que el mensaje, la respuesta de Fátima, no tiene que ver sustancialmente con devociones particulares, sino con la respuesta fundamental, es decir, la conversión permanente, la penitencia, la oración, y las tres virtudes teologales: fe, esperanza y caridad. De este modo, vemos aquí la respuesta verdadera y fundamental que la Iglesia debe dar, que nosotros, cada persona, debemos dar en esta situación.
5.- La novedad que podemos descubrir hoy en este mensaje reside en el hecho de que los ataques al Papa y a la Iglesia no sólo vienen de fuera, sino que los sufrimientos de la Iglesia proceden precisamente de dentro de la Iglesia, del pecado que hay en la Iglesia. También esto se ha sabido siempre, pero hoy lo vemos de modo realmente tremendo: que la mayor persecución de la Iglesia no procede de los enemigos externos, sino que nace del pecado en la Iglesia y que la Iglesia, por tanto, tiene una profunda necesidad de volver a aprender la penitencia, de aceptar la purificación, de aprender, de una parte, el perdón, pero también la necesidad de la justicia. El perdón no sustituye la justicia.
6.- En una palabra, debemos volver a aprender estas cosas esenciales: la conversión, la oración, la penitencia y las virtudes teologales. De este modo, respondemos, somos realistas al esperar que el mal ataca siempre, ataca desde el interior y el exterior, pero también que las fuerzas del bien están presentes y que, al final, el Señor es más fuerte que el mal, y la Virgen para nosotros es la garantía visible y materna de la bondad de Dios, que es siempre la última palabra de la historia.
7.- Se equivoca quien piensa que la misión profética de Fátima está acabada. Aquí resurge aquel plan de Dios que interpela a la humanidad desde sus inicios: “¿Dónde está Abel, tu hermano? [...] La sangre de tu hermano me está gritando desde la tierra” (Gn 4,9). El hombre ha sido capaz de desencadenar una corriente de muerte y de terror, que no logra interrumpirla... En la Sagrada Escritura se muestra a menudo que Dios se pone a buscar a los justos para salvar la ciudad de los hombres y lo mismo hace aquí, en Fátima, cuando Nuestra Señora pregunta: “¿Queréis ofreceros a Dios para soportar todos los sufrimientos que Él quiera mandaros, como acto de reparación por los pecados por los cuales Él es ofendido, y como súplica por la conversión de los pecadores?” (Memórias da Irmā Lúcia, I, 162).
http://revistaecclesia.com/content/view/17819/305/
Mientras los bendecía, iba subiendo al cielo
Evangelio Lucas 24, 46-53
Mientras los bendecía, iba subiendo al cielo
En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: “Así estaba escrito: el Mesías padecerá, resucitará de entre los muertos al tercer día y en su nombre se predicará la conversión y el perdón de los pecados a todos los pueblos, comenzando por Jerusalén. Vosotros sois testigos de esto. Yo os enviaré lo que mi Padre ha prometido; vosotros quedaos en la ciudad, hasta que os revistáis de la fuerza de lo alto.” Después los sacó hacia Betania y, levantando las manos, los bendijo. Y mientras los bendecía se separó de ellos, subiendo hacia el cielo. Ellos se postraron ante él y se volvieron a Jerusalén con gran alegría; y estaban siempre en el templo bendiciendo a Dios
http://www.minutosdeamor.com/?p=2221
Siempre me ha parecido lógico y me ha llenado de alegría que la Santísima Humanidad de Jesucristo suba a la gloria del Padre, pero pienso también que esta tristeza, peculiar del día de la Ascensión, es una muestra del amor que sentimos por Jesús, Señor Nuestro. El, siendo perfecto Dios, se hizo hombre, perfecto hombre, carne de nuestra carne y sangre de nuestra sangre. Y se separa de nosotros, para ir al Cielo. ¿Cómo no echarlo en falta?
La fiesta de la Ascensión del Señor nos sugiere también otra realidad; el Cristo que nos anima a esta tarea en el mundo, nos espera en el Cielo. En otras palabras: la vida en la tierra, que amamos, no es lo definitivo; pues no tenemos aquí ciudad permanente, sino que andamos en busca de la futura (Heb XIII, 14) ciudad inmutable.
Pensemos ahora en aquellos días que siguieron a la Ascensión, en espera de la Pentecostés. Los discípulos, llenos de fe por el triunfo de Cristo resucitado y anhelantes ante la promesa del Espíritu Santo, quieren sentirse unidos, y los encontramos cum María matre Iesu, con María, la madre de Jesús (Cfr. Act I, 14). La oración de los discípulos acompaña a la oración de María: era la oración de una familia unida.
http://www.opusdei.org.co/art.php?p=3858
Reflexión
La Ascensión es sin duda un misterio de la vida de Cristo poco meditado. Sin embargo, adquiere especial consideración porque es parte de la resurrección de Cristo. No se entendería la resurrección sin la ascensión. De entre las muchas enseñanzas de la Ascensión podríamos considerar estas dos: Cristo fue levantado de la tierra para atraer a todos hacia Él (Jn 12, 32) y para sentarse a la derecha del Padre, como profesamos en la oración del credo cada domingo o con mayor frecuencia.
“La elevación de Cristo en la cruz significa y anuncia la elevación en la Ascensión al cielo”. (Catecismo de la Iglesia Católica no.662) Por ello encontramos en la cruz el inicio de su ascensión. Y todo con este único fin, atraer a todos lo hombres hacia Él. Jesús aceptó subir a la cruz para mantenernos unidos a Él, para que ninguno se perdiera. He aquí la grande y única aspiración de Cristo en la tierra. Su amor a cada hombre incluso por los que se resistirían a creer en Él. Sin embargo, así como aceptó subir a la cruz, sube al cielo para que disfrutemos de su gloria. Como lo hicieron sus apóstoles que después de verlo resucitado lo fueron a adorar al cenáculo. Nosotros, ¿cuándo fue la última vez dirigimos una oración de alabanza, de gloria, de adoración como lo hicieron los apóstoles?
Por otro lado, que Jesús esté sentado a la derecha del Padre nos quiere decir que a partir de ese momento Cristo inaugura el reino de Dios. Reino que no será destruido jamás. Reino que nunca pasará. Imperio que es eterno. Cada cristiano pertenece a este reino. De nosotros depende que este reino sea grande. Expandiéndolo por medio de la palabra de Cristo; y que sea fuerte en una unión monolítica por medio de la caridad, del perdón de la paciencia. Tal como la respondió Cristo a quienes le crucificaron.
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Mientras los bendecía, iba subiendo al cielo
En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: “Así estaba escrito: el Mesías padecerá, resucitará de entre los muertos al tercer día y en su nombre se predicará la conversión y el perdón de los pecados a todos los pueblos, comenzando por Jerusalén. Vosotros sois testigos de esto. Yo os enviaré lo que mi Padre ha prometido; vosotros quedaos en la ciudad, hasta que os revistáis de la fuerza de lo alto.” Después los sacó hacia Betania y, levantando las manos, los bendijo. Y mientras los bendecía se separó de ellos, subiendo hacia el cielo. Ellos se postraron ante él y se volvieron a Jerusalén con gran alegría; y estaban siempre en el templo bendiciendo a Dios
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Siempre me ha parecido lógico y me ha llenado de alegría que la Santísima Humanidad de Jesucristo suba a la gloria del Padre, pero pienso también que esta tristeza, peculiar del día de la Ascensión, es una muestra del amor que sentimos por Jesús, Señor Nuestro. El, siendo perfecto Dios, se hizo hombre, perfecto hombre, carne de nuestra carne y sangre de nuestra sangre. Y se separa de nosotros, para ir al Cielo. ¿Cómo no echarlo en falta?
La fiesta de la Ascensión del Señor nos sugiere también otra realidad; el Cristo que nos anima a esta tarea en el mundo, nos espera en el Cielo. En otras palabras: la vida en la tierra, que amamos, no es lo definitivo; pues no tenemos aquí ciudad permanente, sino que andamos en busca de la futura (Heb XIII, 14) ciudad inmutable.
Pensemos ahora en aquellos días que siguieron a la Ascensión, en espera de la Pentecostés. Los discípulos, llenos de fe por el triunfo de Cristo resucitado y anhelantes ante la promesa del Espíritu Santo, quieren sentirse unidos, y los encontramos cum María matre Iesu, con María, la madre de Jesús (Cfr. Act I, 14). La oración de los discípulos acompaña a la oración de María: era la oración de una familia unida.
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Reflexión
La Ascensión es sin duda un misterio de la vida de Cristo poco meditado. Sin embargo, adquiere especial consideración porque es parte de la resurrección de Cristo. No se entendería la resurrección sin la ascensión. De entre las muchas enseñanzas de la Ascensión podríamos considerar estas dos: Cristo fue levantado de la tierra para atraer a todos hacia Él (Jn 12, 32) y para sentarse a la derecha del Padre, como profesamos en la oración del credo cada domingo o con mayor frecuencia.
“La elevación de Cristo en la cruz significa y anuncia la elevación en la Ascensión al cielo”. (Catecismo de la Iglesia Católica no.662) Por ello encontramos en la cruz el inicio de su ascensión. Y todo con este único fin, atraer a todos lo hombres hacia Él. Jesús aceptó subir a la cruz para mantenernos unidos a Él, para que ninguno se perdiera. He aquí la grande y única aspiración de Cristo en la tierra. Su amor a cada hombre incluso por los que se resistirían a creer en Él. Sin embargo, así como aceptó subir a la cruz, sube al cielo para que disfrutemos de su gloria. Como lo hicieron sus apóstoles que después de verlo resucitado lo fueron a adorar al cenáculo. Nosotros, ¿cuándo fue la última vez dirigimos una oración de alabanza, de gloria, de adoración como lo hicieron los apóstoles?
Por otro lado, que Jesús esté sentado a la derecha del Padre nos quiere decir que a partir de ese momento Cristo inaugura el reino de Dios. Reino que no será destruido jamás. Reino que nunca pasará. Imperio que es eterno. Cada cristiano pertenece a este reino. De nosotros depende que este reino sea grande. Expandiéndolo por medio de la palabra de Cristo; y que sea fuerte en una unión monolítica por medio de la caridad, del perdón de la paciencia. Tal como la respondió Cristo a quienes le crucificaron.
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sábado, 1 de mayo de 2010
San José Obrero
A finales del siglo XIX y principio del XX, el 1 de mayo se convirtió en una fecha reivindicativa y revolucionaria a favor de la clase obrera.
El Papa Pío XII, en 1955, quiso darle una dimensión cristiana, e instituyó la fiesta de san José Obrero, que no sólo fue trabajador artesano humilde, sino el modelo de todo trabajador cristiano, que se afanó durante años, como servidor de la Sagrada Familia, sumergido en una gran intimidad con Dios. De esta manera el Papa proyectaba una luz nueva sobre la dignidad del trabajo, que ofrece el medio de perfeccionar la creación, sirviendo a Dios y a los hombres, imitando a Dios Creador y al Hijo de Dios, también artesano como su padre José, y uniendo los sufrimientos y contrariedades del propio trabajo a la cruz de Cristo.
Aunque los Evangelios nos dicen muy poco de san José, le califican con cinco títulos importantes y significativos, que son como cinco pilares que permiten construir una sólida teología josefina: le designan “hijo de David” (Mt 1, 20), “esposo de María” (Mt 1, 16), “padre de Jesús” (Lc 2, 48), “hombre justo” (Mt 1, 19), y “el carpintero” (Mt 13, 55) que enseñó su mismo oficio a Jesús (Mc 6, 3). Hoy solo celebramos su oficio de carpintero de Nazaret: el sencillo trabajador que tiene que luchar cada día, para sostener a su familia, con el sudor de su frente en un trabajo bien humilde, y en una vida oculta y laboriosa. Los Evangelios no recogen ni una sola palabra suya. San José, más que con sus palabras, habla con sus actitudes, gestos, con su silencio, su obediencia y su trabajo. Fue un obrero auténtico que trabajaba de sol a sol en su modesto taller de carpintería.
La palabra griega tékton con que le designa el Evangelio, tiene un sentido genérico de “artesano”, que puede incluir los oficios de carpintero, herrero, albañil, curtidor, tejedor, alfarero, etc. Sin embargo, ya en Homero y en Jenofonte, tékton se usa en el sentido específico de artesano en carpintería. Y así lo ha entendido la tradición cristiana desde san Justino (siglo II), que nos dice que construía yugos y arados, y en la misma línea escriben Orígenes, san Efrén y san Juan Damasceno. José es un trabajador que cumple el mandato de Dios: “Tomó Dios al hombre y lo puso en el jardín del Edén, para que lo cultivara y guardara.” (Gn 2, 15).
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