Al presidir el Ángelus dominical ante miles de fieles en la Plaza de San Pedro, el Papa Benedicto XVI resaltó que así como sucedió con la Virgen María, la Santísima Trinidad compuesta por Dios Padre, Dios Hijo y Dios Espíritu Santo, debe conducir la vida de todo cristiano viviendo este misterio con profunda fe y con la necesaria apertura a la gracia "para avanzar en el amor hacia Dios y hacia el prójimo".
En su reflexión antes de la oración mariana, el Santo Padre señaló que "este domingo de la Santísima Trinidad, en cierta manera, recapitula la revelación de Dios ocurrida en los misterios pascuales: muerte y resurrección de Cristo, su ascensión a la derecha del Padre y la efusión del Espíritu Santo. La mente y el lenguaje humanos son inadecuados para explicar la relación existente entre el Padre, el Hijo y el espíritu Santo, y sin embargo los Padres de la Iglesia han procurado ilustrar el misterio de Dios, Uno y Trino, viviéndolo en la propia existencia con profunda fe".
"La Trinidad divina, de hecho, hace morada en nosotros en el día de Bautismo. ‘Yo te bautizo –dice el ministro– en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo". El nombre de Dios, en que hemos sido bautizados, lo recordamos cada vez que hacemos la señal de la cruz. El teólogo Romano Guardini, a propósito de la señal de la cruz observa: ‘lo hacemos antes de la oración, para que nos disponga espiritualmente en orden; para concentrar en Dios los pensamientos, el corazón y la voluntad; después de la oración, para que permanezca en nosotros aquello que Dios nos ha dado. Ello abarca todo el ser, cuerpo y alma, y todo queda consagrado en nombre del Dios, Uno y Trino’".
Seguidamente el Papa afirmó que "en la señal de la cruz y en el nombre del Dios viviente está, por ello, contenido el anuncio que genera la fe e inspira a la oración. Y, como en el Evangelio Jesús promete a los Apóstoles que ‘cuando venga el Espíritu de la Verdad, él los introducirá en toda la verdad’, así sucede en la liturgia dominical, cuando los sacerdotes dispensan, semana tras semana, el pan de la Palabra y de la Eucaristía".
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¡GLORIA AL PADRE, Y AL HIJO Y AL ESPÍRITU SANTO!
(Papa Benedicto XVI)
Hoy contemplamos la Santísima Trinidad tal como nos la dio a conocer Jesús. Él nos reveló que Dios es amor “no en la unidad de una sola persona, sino en la trinidad de una sola sustancia” (Prefacio): es Creador y Padre misericordioso; es Hijo unigénito, eterna Sabiduría encarnada, muerto y resucitado por nosotros; y, por último, es Espíritu Santo, que lo mueve todo, el cosmos y la historia, hacia la plena recapitulación final.
Tres Personas que son un solo Dios, porque el Padre es amor, el Hijo es amor y el Espíritu es amor. Dios es todo amor y sólo amor, amor purísimo, infinito y eterno. No vive en una espléndida soledad, sino que más bien es fuente inagotable de vida que se entrega y comunica incesantemente.
Lo podemos intuir, en cierto modo, observando tanto el macro-universo —nuestra tierra, los planetas, las estrellas, las galaxias— como el micro-universo —las células, los átomos, las partículas elementales—. En todo lo que existe está grabado, en cierto sentido, el “nombre” de la Santísima Trinidad, porque todo el ser, hasta sus últimas partículas, es ser en relación, y así se trasluce el Dios-relación, se trasluce en última instancia el Amor creador.
Todo proviene del amor, tiende al amor y se mueve impulsado por el amor, naturalmente con grados diversos de conciencia y libertad. “¡Señor, Dios nuestro, qué admirable es tu nombre en toda la tierra!” (Sal 8, 2), exclama el salmista. Hablando del “nombre”, la Biblia indica a Dios mismo, su identidad más verdadera, identidad que resplandece en toda la creación, donde cada ser, por el mismo hecho de existir y por el “tejido” del que está hecho, hace referencia a un Principio trascendente, a la Vida eterna e infinita que se entrega; en una palabra, al Amor. “En él —dijo san Pablo en el Areópago de Atenas— vivimos, nos movemos y existimos” (Hch 17, 28).
La prueba más fuerte de que hemos sido creados a imagen de la Trinidad es esta: sólo el amor nos hace felices, porque vivimos en relación, y vivimos para amar y ser amados. Utilizando una analogía sugerida por la biología, diríamos que el ser humano lleva en su “genoma” la huella profunda de la Trinidad, de Dios-Amor
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