sábado, 26 de marzo de 2011

Carta del Prelado (marzo 2011)




Carta del Prelado (marzo 2011)
La vida de cada día ofrece muchas ocasiones para mostrar a Dios nuestros deseos de acercarnos a Él. La Cuaresma, señala el Prelado, es un momento especial para empeñarse con más amor. Carta del mes de marzo.

2011/03/03

PDF: Carta de Marzo 2011.

Queridísimos: ¡que Jesús me guarde a mis hijas y a mis hijos!

«Nada hay tan grato y querido por Dios, como el hecho de que los hombres se conviertan a Él con sincero arrepentimiento»[1]. Palabras de especial actualidad siempre, y más aún en las próximas semanas, pues dentro de ocho días comienza la Cuaresma. En la liturgia del Miércoles de Ceniza, con frase de San Pablo, la Iglesia nos exhorta, con afecto e interés: no recibáis en vano la gracia de Dios. Porque dice: en el tiempo favorable te escuché. Y en el día de la salvación te ayudé. Mirad, ahora es el tiempo favorable, ahora es el día de la salvación[2].

En una visión cristiana de la vida, cada momento es favorable y cada día es día de salvación, pero la liturgia de la Iglesia —comenta el Santo Padre— refiere estas palabras de un modo totalmente especial al tiempo de Cuaresma[3]. Las semanas que nos disponemos a recorrer son especialmente aptas para acercarnos una vez más al Señor, atraídos por su gracia. Pidamos al Espíritu Santo que nos haga descubrir la seriedad de esta llamada, de modo que no pasen estos días por nuestra alma —así escribió San Josemaría— como pasa el agua sobre las piedras, sin dejar rastro[4]. Digámosle al Señor: me dejaré empapar, transformar; me convertiré, me dirigiré de nuevo al Señor, queriéndole como Él desea ser querido[5].

No pensemos sólo en la conversión de un pecador, que decide abrirse a la gracia, pasando de la muerte espiritual a la Vida con mayúscula. Son también cambios cotidianos los que llevan a una mujer o a un hombre cristiano a aproximarse más a Dios, a participar con mayor intensidad de la vida de Cristo mediante la frecuencia de sacramentos, a cultivar el espíritu de oración, a ponerse al servicio concreto y efectivo del bien espiritual y material de los demás. Como explica Benedicto XVI, conversión es ir contracorriente, donde la "corriente" es el estilo de vida superficial, incoherente e ilusorio que a menudo nos arrastra, nos domina y nos hace esclavos del mal o, en cualquier caso, prisioneros de la mediocridad moral. Con la conversión, en cambio, aspiramos a la medida alta de la vida cristiana, nos adherimos al Evangelio vivo y personal, que es Jesucristo[6].

En la Iglesia, el Señor nos ha concedido muchos caminos, muchos modos de impulsar las sucesivas conversiones personales, tan necesarias en la existencia cristiana. Recordemos, con palabras de San Josemaría, que esas mudanzas espirituales han de efectuarse perseverantemente, e incluso muchas veces a lo largo de una misma jornada: ¿Recomenzar? ¡Sí!: cada vez que haces un acto de contrición —y a diario deberíamos hacer muchos—, recomienzas, porque das a Dios un nuevo amor[7]. ¿Pensamos con frecuencia que Dios nos espera en ese instante? ¿Nos detenemos a razonar: qué quieres, Señor, de mí? ¿Nos mueve el afán de acercarnos más y más a Jesucristo?

Sin embargo, deseo referirme ahora a algunos modos específicos de reencaminarse hacia la amistad con la Trinidad Santísima: los cursos de retiro espiritual, que en muchos sitios se incrementan durante la Cuaresma. Como resulta evidente, no se nos ofrecen exclusivamente en estas semanas; pero la liturgia del tiempo, con su urgente llamada a la mudanza de vida, invita a muchos cristianos a asistir en estas fechas a alguna de esas actividades. Lo mismo cabe decir de los retiros mensuales, que ocupan un lugar importante entre los medios de formación espiritual que la Prelatura facilita a millares de personas en el mundo entero.

San Josemaría hacía observar que esta práctica espiritual es algo común en la Iglesia desde los primeros siglos: siempre que una persona buscaba prepararse para una misión, o, simplemente, notaba la urgencia de corresponder con mayor entrega a los toques de la gracia, procuraba intensificar su trato con el Señor. Retiros los hacían ya los primeros cristianos. Después de la Ascensión de Cristo al Cielo encontramos a los Apóstoles y a un grupo numeroso de fieles reunidos dentro del Cenáculo, en compañía de la Virgen Santísima, esperando la efusión del Paráclito que Jesús les había prometido. Allí los halla el Espíritu Santo perseverantes unanimiter in oratione (Hch 1, 14), metidos en la oración.

De igual modo se comportaron aquellas almas que en la primitiva cristiandad, sin apartarse de la vida de los otros, se entregaban a Dios en sus casas; y los anacoretas que marchaban a los desiertos, para dedicarse en soledad al trato con Dios... ¡y al trabajo! (...). Todos los cristianos que se han preocupado sinceramente por su alma, han hecho de un modo u otro sus retiros. Porque se trata de una práctica cristiana[8].

Desde los primeros años de la Obra, nuestro Fundador concedió gran importancia a esos tiempos dedicados exclusivamente a la oración y al examen, que resultan muy necesarios para mantener vibrante la vida interior. ¿Qué haremos tú y yo en estos días de retiro?, se preguntaba en una ocasión; y respondía: tratar mucho al Señor, buscarle, como Pedro, para mantener una conversación íntima con Él. Fíjate bien que digo conversación: diálogo de dos, cara a cara, sin esconderse en el anonimato. Necesitamos de esa oración personal, de esa intimidad, de ese trato directo con Dios Nuestro Señor[9].

En el comienzo de su Pontificado, Benedicto XVI volvía a recomendar los días de retiro espiritual, particularmente los que se hacen en completo silencio[10]. Y en el tradicional Mensaje para la Cuaresma de este año, refiriéndose al Evangelio del segundo domingo, el de la Transfiguración del Señor, insiste: es la invitación a alejarse del ruido de la vida diaria para sumergirse en la presencia de Dios: Él quiere transmitirnos, cada día, una palabra que penetra en las profundidades de nuestro espíritu, donde discierne el bien y el mal (cfr. Hb 4, 12) y fortalece la voluntad de seguir al Señor[11].

Para sacar fruto de estos medios de formación y transformación, como nuestro Padre los definía, es preciso recoger los sentidos y las potencias; sin esta tarea resulta muy difícil —por no decir imposible— descubrir las luces que el Paráclito enciende en el alma y escuchar su voz, que nos sugiere puntos de lucha concretos para seguir de cerca a Jesucristo y caminar a su paso.

Por eso, hijas e hijos míos, os recomiendo que no descuidéis este aspecto —el silencio— en los retiros mensuales y anuales, con la necesaria adaptación a las circunstancias concretas de quienes asisten a esos medios de formación. No es lo mismo, en efecto, que vayan gentes que tienen ya una cierta familiaridad con las cosas del espíritu, que personas que están dando los primeros pasos en la vida cristiana. Como el administrador fiel y prudente de que habla el Evangelio, hay que saber dar la ración adecuada a la hora debida[12].

Por eso, atendiendo al desarrollo de las diversas labores apostólicas y a las personas que acuden, conviene organizar esos días de retiro ponderando con sentido sobrenatural las situaciones concretas de los asistentes, aunque esto comporte la necesidad de multiplicar su número. Por la misma razón, como nos inculcó siempre nuestro Fundador, no se dejan de impartir los retiros, los Círculos, etc., aunque lleguen menos personas de las que se habían previsto inicialmente: aunque se presente sólo una.

En definitiva, como leemos en Surco, los días de retiro han de ser un tiempo de recogimiento para conocer a Dios, para conocerte y así progresar. Un tiempo necesario para descubrir en qué y cómo hay que reformarse: ¿qué he de hacer?, ¿qué debo evitar?[13]. En esos días, nos dice también San Josemaría, tu examen debe tener más hondura y más extensión que el tiempo habitual nocturno. —Si no, pierdes una gran ocasión de rectificar[14].

La liturgia de la Cuaresma facilita materia abundante de meditación, como pone de relieve el Santo Padre en su mensaje. La escena de las tentaciones de Jesucristo en el desierto, que leemos en el primer domingo, nos recuerda que la fe cristiana implica, siguiendo el ejemplo de Jesús y en unión con Él, una lucha "contra los dominadores de este mundo tenebroso" (Ef 6, 12), en el que el diablo actúa y no se cansa, tampoco hoy, de tentar al hombre que quiere acercarse al Señor[15]. Por eso hemos de considerar si nos preparamos para este combate, acudiendo con confianza a los medios sobrenaturales. San Josemaría nos proponía seguir una táctica muy sobrenatural: sostienes la guerra —las luchas diarias de tu vida interior— en posiciones, que colocas lejos de los muros capitales de tu fortaleza.

Y el enemigo acude allí: a tu pequeña mortificación, a tu oración habitual, a tu trabajo ordenado, a tu plan de vida: y es difícil que llegue a acercarse hasta los torreones, flacos para el asalto, de tu castillo. —Y si llega, llega sin eficacia[16].

En el siguiente domingo escucharemos la voz del Padre celestial que, señalando a Cristo, nos dice: Éste es mi Hijo, el Amado, en quien me he complacido: escuchadle[17]. Hemos de esforzarnos más para descubrir, en los ratos de oración personal, lo que el Señor nos dice a cada uno, para ponerlo en práctica. Y ver cómo nos apoyamos en la gracia que nos viene de los sacramentos, y también en los consejos recibidos en la dirección espiritual personal.

Al llegar el tercer domingo de Cuaresma, el 27 de marzo, la liturgia nos presenta la petición de Jesús a la samaritana: "Dame de beber" (Jn 4, 7), que (...) expresa la pasión de Dios por todo hombre y quiere suscitar en nuestro corazón el deseo del don del "agua que salta hasta la vida eterna" (ibid., 14)[18]. Descubramos la llamada a tener siempre presente que nosotros, discípulos suyos, hemos de llevar su luz y su gracia a todas partes; sobre todo, ayudando a nuestros amigos y parientes a reconciliarse con Dios acudiendo al sacramento de la Penitencia; y, también, invitándolos a participar en algún retiro o curso de retiro espiritual en estas semanas.

Nos acercamos a la solemnidad de San José, Patrono de la Iglesia y de la Obra. Preparémonos para renovar el día 19, con agradecimiento y alegría, nuestro compromiso de amor con el Señor en la Obra, y para rogar con confianza al Santo Patriarca que obtenga de Dios la gracia de que muchos hombres y mujeres, de todas las edades y condiciones, se decidan a seguir a Jesucristo en el Opus Dei.

Además, ese día se cumple otro aniversario de la ejecución solemne de la Bula Ut sit, con la que el muy querido Juan Pablo II erigió el Opus Dei en prelatura personal, determinando la cooperación orgánica de sacerdotes y laicos para llevar a cabo la inspiración que el Señor puso en el alma de San Josemaría el 2 de octubre de 1928. Tenemos la obligación de ser muy fieles, con la conciencia de que el Espíritu Santo ha querido esta figura en el Concilio Vaticano II, abriendo el cauce a necesidades pastorales de la Iglesia.

El día 28 se cumple un nuevo aniversario de la ordenación sacerdotal de nuestro Padre. Demos muchas gracias a la Trinidad Beatísima porque cada uno de nosotros es verdaderamente hijo de la respuesta de nuestro Fundador para recibir el sacerdocio de Cristo. Sin su aceptación generosa, total, del querer divino, no habría Opus Dei en la Iglesia. La fundación de la Obra se alza como contestación a la pregunta —¿por qué me hago sacerdote?—, que nuestro Padre se formulaba durante sus años en el seminario de Zaragoza, y que fundamenta la razón más profunda de su determinación de emprender y continuar ese camino.

Recemos, acudiendo a su intercesión, para que en todos los países aumente el número de vocaciones sacerdotales: hombres fieles, enamorados de Dios, que se dediquen con gozo al servicio de las almas, con plena fidelidad al Papa y en unión estrechísima con sus respectivos Obispos diocesanos. Y que tampoco en la Obra falten los sacerdotes necesarios para atender las labores apostólicas que el Señor nos reclama. A la vez, insistamos a la Santísima Trinidad para que todos los católicos, hombres y mujeres, alimentemos el alma sacerdotal que el Cielo ha puesto en cada una, en cada uno.

No ceséis de rezar por el Papa y por sus colaboradores; especialmente, durante la primera semana de Cuaresma, cuando en la Curia Romana se predican los ejercicios espirituales. También nosotros aprovecharemos esas fechas para nuestro curso de retiro anual. Espero con verdadera ilusión que me acompañéis espiritualmente durante esos días; no me importa deciros que cotidianamente invoco al Señor para que ninguna ni ninguno desperdicie el torrente de gracia que Dios nos concede en esos medios.

Con todo cariño, os bendice

vuestro Padre

+ Javier

Roma, 1 de marzo de 2011.

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Carta del prelado marzo de 2011



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