Alfonso Llano Escobar, S. J.
El celibato por parte del sacerdote católico romano (los sacerdotes ortodoxos y anglicanos se pueden casar) se suele asumir por dos razones: una muy noble, por imitar a Jesucristo célibe, y otra, no tan noble, por sujeción a la ley del celibato, aprobada por el papa Calixto II el año 1123. Lo cual significa que desde los apóstoles -varios de ellos, casados-, durante doce siglos, los sacerdotes católicos romanos podían casarse. Aunque siempre ha existido en la Iglesia un grupo grande de sacerdotes que, generosa y libremente, optan por el celibato por seguir el ejemplo de Jesús. Y seguirá habiéndolos.
Vengamos al celibato-ley. Todo aspirante al sacerdocio católico sabe a ciencia cierta que antes de ordenarse debe prometer guardar el celibato por obediencia a la ley. Es una ley dura, máxime hoy día cuando la 'ola' sexual está llegando hasta la boca de todo el mundo, sin excluir la de los sacerdotes. Estamos amasados con la misma masa. La presión de muchos sacerdotes y laicos en contra del celibato-ley viene de mucho atrás y hoy día se ha vuelto generalizada e intolerable, peor que la de El Cairo contra su Presidente, más terco que una pirámide de Egipto. Y lo curioso es que los papas, antes de serlo, se muestran favorables a la modificación de la ley o, al menos, a una revisión a fondo de ella, pero cuando se sientan en el solio pontificio se echan atrás y levantan un muro granítico, peor que el muro de la Alemania oriental, que, por cierto, al fin cayó, como caen todos los muros cuando no tienen razón de ser.
Lo cierto es que los papas no dan una razón convincente, lo cual es absurdo y exacerba a los opositores. Y lo absurdo y ciego, como el Muro de Berlín o el Presidente de Egipto, cae porque cae. La fuerza de la presión lo derriba, con gran jolgorio del pueblo y humillación de quienes lo levantaron.
Los papas recientes no dicen por qué mantienen la ley de celibato a pesar de las mil presiones en contra. Imaginemos unas cuantas posibles: por miedo, por prudencia o por fama de la Iglesia. El miedo -en el fondo es posible que un hombre se asuste ante tamaña responsabilidad-. (Y yo me pregunto: ¿por qué no consultan a la Iglesia?), pero el miedo, de existir, no es razón convincente ni digna de todo un papa. ¿La prudencia? No parece tal. ¿Qué prudencia es esta, que se opone terca y ciegamente a una petición sensata, justa y generalizada, que tiene fundamento en los apóstoles, en la tradición de 12 siglos y en el ejemplo de sacerdotes ortodoxos y anglicanos? Finalmente, ¿la fama de la Iglesia? No pasaría de ser un oculto y lamentable fariseísmo.
Entonces, ¿qué? Si no hay razón, queda la sinrazón como causa y esta no convence.
Aclaro, finalmente, que escribo esta columna no en defensa propia -yo ya estoy llegando a la meta y abracé el celibato por amor a Jesucristo-. Lo hago por la página, del miércoles 2 de febrero, dedicada al célebre cura anglicano Alberto Cutié, que pinta todo color de rosa, que tuvo muchos lectores y convenció a más de uno. Por lo demás, sospecho que una modificación de la ley del celibato no resuelve el problema, pero sí aligera la carga, y será puerta abierta para que entren muchos jóvenes que aspiran al sacerdocio pero los frena el celibato. Es grande la escasez de sacerdotes. Y ya dijo Jesús: "Pedid al Señor que envíe sacerdotes a su mies".
Fuente:
http://www.eltiempo.com/opinion/columnistas/alfonsollanoescobar/por-que-mantener-la-ley-del-celibato_8829786-4
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