Los textos litúrgicos de este domingo nos enseñan diversos modos de orar. Abrahán aparece en la primera lectura como modelo de oración de intercesión por los habitantes de Sodoma. En el Evangelio, Jesucristo nos enseña con el padrenuestro dos modos de orar: la oración de deseo, en la primera parte, y la oración de súplica, en la segunda. El texto de la carta a los colosenses no trata directamente de la oración, pero podríamos decir que ofrece el fundamento de toda oración cristiana, sobre todo, de la oración litúrgica, que es el misterio de la muerte y resurrección de Jesucristo. Quizá se pudiera hablar de la oración que se hace vida, aquella que se entrega por amor. La oración de intercesión. Interceder es unirse a Jesucristo, único mediador entre Dios y los hombres.
Hoy nos invita a participar, de alguna manera, en su mediación salvífica. En la intercesión, en efecto, el orante no busca su propio interés, sino el de los demás, incluso el de los que le hacen mal. Normalmente, se intercede por alguien que está en necesidad, en peligro o en dificultad. Así lo hace Abrahán ante la situación de Sodoma y Gomorra, a punto de ser destruidas por su maldad. La de él es una intercesión llena de atrevimiento y osadía para con Dios, pero, al mismo tiempo, de grandísima humildad. La oración de intercesión complace a Dios, porque es la propia de un corazón conforme a la misericordia del mismo Señor. Pero la efi cacia divina, obtenida por el intercesor, puede encontrar acogida o rechazo en la persona por la que se intercede. Ante la intercesión de Abrahán, Dios intercede y salva a Lot y a sus hijas, pero Sodoma y Gomorra son arrasadas por el fuego. La oración de deseo.
Lo propio del amor es pensar primeramente en Aquel que amamos. Por eso, en el padrenuestro que Jesucristo nos enseñó, el corazón del creyente eleva hasta Dios el deseo ardiente, el ansia del hijo por la gloria del Padre, siguiendo las huellas de Jesucristo. ¿Qué es lo que el cristiano más puede desear en este mundo? El Evangelio nos responde: que sea santificado el nombre de Dios, que venga su Reino. El cristiano desea ardientemente que Dios sea reconocido como santo, como totalmente diferente del mundo, como el totalmente Otro, como el Trascendente que sostiene nuestra libertad y alienta nuestra hambre de trascendencia. El cristiano anhela fuertemente que se establezca el reino y reinado de Dios sobre la tierra.
http://www.minutosdeamor.com/?p=2376
Ustedes recibieron el espíritu de hijos adoptivos, que nos hace llamar a Dios «Abbá», es decir, «Padre».
San Lucas 11, 1-13
Estaba Jesús orando en algún lugar, y al terminar, uno de sus discípulos le dijo: «Señor, enséñanos a orar como les enseñó Juan el Bautista a sus discípulos.» Él les dijo: «Cuando oren, digan: Padre, santifi cado sea tu nombre; ven a reinar; danos cada día nuestro pan del mañana; perdónanos nuestros pecados, que también nosotros perdonamos a todos los que nos ofenden, y no nos dejes caer en la tentación.» Luego les dijo: «Supongamos que uno de ustedes va a medianoche a donde su amigo y le dice: Amigo, préstame tres panes, porque un amigo que estaba de viaje acaba de llegar a mi casa y no tengo qué ofrecerle’. Sin duda el otro no le va a responder desde dentro: No me molestes, la puerta ya está trancada, mis hijos y yo estamos acostados, no puedo levantarme a darte nada. Porque si no se levanta a darle los panes por ser amigo suyo, les digo que al menos por su importunidad se levantará y le dará lo que necesite. Así también les digo a ustedes: Pidan, y recibirán; busquen, y encontrarán; llamen a la puerta, y les abrirán. Porque todo el que pide recibe, el que busca encuentra, y al que toca a la puerta le abren. Supongamos que a un padre de familia el hijo le pide un pescado; ¿le va a dar una serpiente en vez del pescado? O supongamos que le pide un huevo; ¿le va a dar un alacrán? Ustedes, pues, por malos que sean, saben regalar cosas buenas a sus hijos. Con mucha más razón el Padre, que está en el cielo, les dará el Espíritu Santo a quienes se lo pidan.»
http://www.minutosdeamor.com/?p=2377
"Jesus, tu eres mi camino, ayudame a vecer los atajos, las trochas que me pierden en la mentira, que me ocultan la verdad y que me hacen perder la vida". Amen.
domingo, 25 de julio de 2010
domingo, 11 de julio de 2010
Programa del cristiano: Vivir amor y misericordia con los demás, dice Benedicto XVI
Al mediodía de hoy (hora local) y desde el balcón interno del Palacio Apostólico de Castel Gandolfo en donde se encuentra desde el 7 de julio para unos días de reposo, el Papa Benedicto XVI dirigió la oración mariana del Ángelus y señaló que el programa de todo cristiano está en amar a Dios y servir a los hermanos en el amor y la misericordia, especialmente con los más necesitados, como hizo Jesús.
En su meditación, el Santo Padre se refirió al Evangelio de hoy que narra la historia del Buen Samaritano, aquella parábola que cuenta como sólo un samaritano, que no era bien visto por los judíos, ayuda a un hombre que había sido asaltado y golpeado en el camino y que había sido ignorado por un sacerdote y un levita que pasaron delante de él sin atenderlo, por considerar que el contacto con su sangre podía contaminarlos.
La parábola, dijo el Santo Padre, "debe inducirnos a transformar nuestra mentalidad según la lógica de Cristo, que es la lógica de la caridad: Dios es amor, y darle culto significa servir a los hermanos con amor sincero y generoso".
"Este relato evangélico ofrecer el ‘criterio de medida’, es decir, ‘la universalidad del amor que se dirige hacia el necesitado encontrado ‘en cualquier caso’, quien quiera que sea’. Junto a esta regla universal, aparece una exigencia específicamente eclesial: que ‘en la Iglesia misma, en cuanto familia, ningún miembro sufra por la necesidad’. El programa del cristiano, aprendido de la enseñanza de Jesús, es tener un ‘corazón que ve’ donde hay necesidad de amor, y actuara de manera consecuente".
El Papa recordó luego que "hoy la Iglesia recuerda a San Benito de Nurcia –el gran Patrono de mi pontificado– padre y legislador del monacato occidental. Él, como narra San Gregorio Magno ‘fue un hombre de vida santa… de nombre y por la gracia’. ‘Escribió una Regla para los monjes… espejo de un magisterio encarnado en su persona: de hecho el santo no puede de ningún modo enseñar cosas distintas a las que vive’".
El Papa Pablo VI, continuó, "proclamó a San Benito Patrón de Europa el 24 de octubre de 1964, reconociendo su obra maravillosa desarrollada para la formación de la civilidad europea".
"Confiamos a la Virgen María nuestro camino de fe y, en particular, este tiempo de vacaciones, para que nuestros corazones no pierdan de vista nunca la Palabra de Dios y a los hermanos en dificultad", finalizó.
En su saludo en español luego de haber rezado el Ángelus, el Santo Padre se dirigió de manera particular a "los fieles de la Cofradía de la Santísima y Vera Cruz de Caravaca. En la parábola del Buen Samaritano, proclamada este domingo, Jesús subraya la importancia primordial del mandamiento del amor y nos invita a practicar la misericordia con nuestro prójimo".
"Por intercesión de la Santísima Virgen María, supliquemos la gracia de tener los mismos sentimientos del corazón de Cristo y de peregrinar por esta vida haciendo el bien. Muchas gracias y feliz domingo", concluyó
http://www.aciprensa.com/noticia.php?n=30286
En su meditación, el Santo Padre se refirió al Evangelio de hoy que narra la historia del Buen Samaritano, aquella parábola que cuenta como sólo un samaritano, que no era bien visto por los judíos, ayuda a un hombre que había sido asaltado y golpeado en el camino y que había sido ignorado por un sacerdote y un levita que pasaron delante de él sin atenderlo, por considerar que el contacto con su sangre podía contaminarlos.
La parábola, dijo el Santo Padre, "debe inducirnos a transformar nuestra mentalidad según la lógica de Cristo, que es la lógica de la caridad: Dios es amor, y darle culto significa servir a los hermanos con amor sincero y generoso".
"Este relato evangélico ofrecer el ‘criterio de medida’, es decir, ‘la universalidad del amor que se dirige hacia el necesitado encontrado ‘en cualquier caso’, quien quiera que sea’. Junto a esta regla universal, aparece una exigencia específicamente eclesial: que ‘en la Iglesia misma, en cuanto familia, ningún miembro sufra por la necesidad’. El programa del cristiano, aprendido de la enseñanza de Jesús, es tener un ‘corazón que ve’ donde hay necesidad de amor, y actuara de manera consecuente".
El Papa recordó luego que "hoy la Iglesia recuerda a San Benito de Nurcia –el gran Patrono de mi pontificado– padre y legislador del monacato occidental. Él, como narra San Gregorio Magno ‘fue un hombre de vida santa… de nombre y por la gracia’. ‘Escribió una Regla para los monjes… espejo de un magisterio encarnado en su persona: de hecho el santo no puede de ningún modo enseñar cosas distintas a las que vive’".
El Papa Pablo VI, continuó, "proclamó a San Benito Patrón de Europa el 24 de octubre de 1964, reconociendo su obra maravillosa desarrollada para la formación de la civilidad europea".
"Confiamos a la Virgen María nuestro camino de fe y, en particular, este tiempo de vacaciones, para que nuestros corazones no pierdan de vista nunca la Palabra de Dios y a los hermanos en dificultad", finalizó.
En su saludo en español luego de haber rezado el Ángelus, el Santo Padre se dirigió de manera particular a "los fieles de la Cofradía de la Santísima y Vera Cruz de Caravaca. En la parábola del Buen Samaritano, proclamada este domingo, Jesús subraya la importancia primordial del mandamiento del amor y nos invita a practicar la misericordia con nuestro prójimo".
"Por intercesión de la Santísima Virgen María, supliquemos la gracia de tener los mismos sentimientos del corazón de Cristo y de peregrinar por esta vida haciendo el bien. Muchas gracias y feliz domingo", concluyó
http://www.aciprensa.com/noticia.php?n=30286
sábado, 10 de julio de 2010
Virgen de Chiquinquirá
En el año 1560, Antonio de Santana, (caballero venido de España), obtuvo la encomienda de Suta en el valle de Sequencipá (Boyacá), lo cual lo autorizó para organizar y regir el destino socio-político de la región.
1560-62. Antonio Santana, solicitó al fraile dominico Andrés Jadraque le consiga una imagen de la Virgen María, para colocarla en la capilla de Suta. Fray Andrés, fue a Tunja y convino con Alonso de Narváez, que le pintara una copia de la imagen de la Virgen María. La pintura la hizo en un lienzo de algodón de 1,26 x 1,13 cts. tejido por los indios, utilizando mezcla de tierra de colores y zumo de yerbas y flores. Como en el lienzo sobraba espacio, Alonso pintó al lado derecho a San Antonio de Padua, fraile franciscano, por ser el nombre del encomendero; al lado izquierdo pintó a San Andrés, apóstol, por ser el nombre del fraile que lo agenciaba. El encomendero pagó por la pintura $ 20 pesos. La imagen fue colocada en la capilla pajiza de Suta, donde fray Andrés catequizaba a los indios de la región.
La Imagen queda abandonada
En 1574, la misión que habían iniciado los dominicos pasa al clero secular y fray Andrés Jadraque es enviado a otro convento. Al ausentarse fray Andrés de aquel lugar, pronto decayó el culto y la Imagen quedó abandonada. Con el tiempo la capilla se deterioró, las goteras y el sol dañaron la imagen.
En 1576, el doctrinero Juan Alemán de Liguizamón, encontró el lienzo en tan mal estado que nada representaba, lo retiró del altary lo entregó al encomendero en presencia de su mujer, Catalina de Irlos.
“El lienzo fue a dar a una despensa de campo, donde estuvo mucho tiempo de una parte a otra, según el servicio doméstico a que se le aplicaba, entre otros el de secar trigo al sol, con lo cual se le causaron varias roturas.
En 1577, muerto Antonio de Santana, su mujer Catalina se retiró a la aldea de Chiquinquirá con su familia y llevó el lienzo como un objeto de servicio doméstico. Por esta época, Chiquinquirá era una aldea despoblada, muy pantanosa, cubierta de niebla. Los indios de esta región tenían un famoso templo en la laguna de Fúquene, a donde acudían a ofrecer sus dones y sacrificios.
La española, María Ramos recupera el Lienzo
En 1585, María Ramos, esposa de Pedro de Santana, hermano de Antonio, llegó a Tunja en busca de su marido a quien encontró viviendo con otra mujer. Decepcionada, se vino a vivir con su cuñada Catalina de Irlos a la aldea de Chiquinquirá, donde encontró el lienzo abandonado. Al saber que en él habían pintado una imagen de la Virgen, lo recogió, lo arregló y lo colocó en alto, frente al cual hacia su acostumbrada oración: “¿Hasta cuándo, rosa del cielo, habéis de estar tan escondida? ¿Cuándo será el día en que os manifestéis y os dejéis ver al descubierto para que mis ojos se regalen de vuestra soberana hermosura, que llene de alegría mi alma?”
http://www.virgendechiquinquira.org/cms/index.php?page=Origen-de-la-sagrada-Imagen
Fuente: http://www.virgendechiquinquira.com/
1560-62. Antonio Santana, solicitó al fraile dominico Andrés Jadraque le consiga una imagen de la Virgen María, para colocarla en la capilla de Suta. Fray Andrés, fue a Tunja y convino con Alonso de Narváez, que le pintara una copia de la imagen de la Virgen María. La pintura la hizo en un lienzo de algodón de 1,26 x 1,13 cts. tejido por los indios, utilizando mezcla de tierra de colores y zumo de yerbas y flores. Como en el lienzo sobraba espacio, Alonso pintó al lado derecho a San Antonio de Padua, fraile franciscano, por ser el nombre del encomendero; al lado izquierdo pintó a San Andrés, apóstol, por ser el nombre del fraile que lo agenciaba. El encomendero pagó por la pintura $ 20 pesos. La imagen fue colocada en la capilla pajiza de Suta, donde fray Andrés catequizaba a los indios de la región.
La Imagen queda abandonada
En 1574, la misión que habían iniciado los dominicos pasa al clero secular y fray Andrés Jadraque es enviado a otro convento. Al ausentarse fray Andrés de aquel lugar, pronto decayó el culto y la Imagen quedó abandonada. Con el tiempo la capilla se deterioró, las goteras y el sol dañaron la imagen.
En 1576, el doctrinero Juan Alemán de Liguizamón, encontró el lienzo en tan mal estado que nada representaba, lo retiró del altary lo entregó al encomendero en presencia de su mujer, Catalina de Irlos.
“El lienzo fue a dar a una despensa de campo, donde estuvo mucho tiempo de una parte a otra, según el servicio doméstico a que se le aplicaba, entre otros el de secar trigo al sol, con lo cual se le causaron varias roturas.
En 1577, muerto Antonio de Santana, su mujer Catalina se retiró a la aldea de Chiquinquirá con su familia y llevó el lienzo como un objeto de servicio doméstico. Por esta época, Chiquinquirá era una aldea despoblada, muy pantanosa, cubierta de niebla. Los indios de esta región tenían un famoso templo en la laguna de Fúquene, a donde acudían a ofrecer sus dones y sacrificios.
La española, María Ramos recupera el Lienzo
En 1585, María Ramos, esposa de Pedro de Santana, hermano de Antonio, llegó a Tunja en busca de su marido a quien encontró viviendo con otra mujer. Decepcionada, se vino a vivir con su cuñada Catalina de Irlos a la aldea de Chiquinquirá, donde encontró el lienzo abandonado. Al saber que en él habían pintado una imagen de la Virgen, lo recogió, lo arregló y lo colocó en alto, frente al cual hacia su acostumbrada oración: “¿Hasta cuándo, rosa del cielo, habéis de estar tan escondida? ¿Cuándo será el día en que os manifestéis y os dejéis ver al descubierto para que mis ojos se regalen de vuestra soberana hermosura, que llene de alegría mi alma?”
http://www.virgendechiquinquira.org/cms/index.php?page=Origen-de-la-sagrada-Imagen
Fuente: http://www.virgendechiquinquira.com/
domingo, 4 de julio de 2010
"Vayamos también nosotros y muramos con Él"
Tomás significa "gemelo"
La tradición antigua dice que Santo Tomás Apóstol fue martirizado en la India el 3 de julio del año 72. Parece que en los últimos años de su vida estuvo evangelizando en Persia y en la India, y que allí sufrió el martirio.
De este apóstol narra el santo evangelio tres episodios.
El primero sucede cuando Jesús se dirige por última vez a Jerusalem, donde según lo anunciado, será atormentado y lo matarán. En este momento los discípulos sienten un impresionante temor acerca de los graves sucesos que pueden suceder y dicen a Jesús: "Los judíos quieren matarte y ¿vuelves allá?. Y es entonces cuando interviene Tomás, llamado Dídimo (en este tiempo muchas personas de Israel tenían dos nombres: uno en hebreo y otro en griego. Así por ej. Pedro en griego y Cefás en hebreo). Tomás, es nombre hebreo. En griego se dice "Dídimo", que significa lo mismo: el gemelo.
Cuenta San Juan (Jn. 11,16) "Tomás, llamado Dídimo, dijo a los demás: Vayamos también nosotros y muramos con Él". Aquí el apóstol demuestra su admirable valor. Un escritor llegó a decir que en esto Tomás no demostró solamente "una fe esperanzada, sino una desesperación leal". O sea: él estaba seguro de una cosa: sucediera lo que sucediera, por grave y terrible que fuera, no quería abandonar a Jesús. El valor no significa no tener temor. Si no experimentáramos miedo y temor, resultaría muy fácil hacer cualquier heroísmo. El verdadero valor se demuestra cuando se está seguro de que puede suceder lo peor, sentirse lleno de temores y terrores y sin embargo arriesgarse a hacer lo que se tiene que hacer. Y eso fue lo que hizo Tomás aquel día. Nadie tiene porque sentirse avergonzado de tener miedo y pavor, pero lo que sí nos debe avergonzar totalmente es el que a causa del temor dejemos de hacer lo que la conciencia nos dice que sí debemos hacer, Santo Tomás nos sirva de ejemplo.
La segunda intervención: sucedió en la Última Cena. Jesús les dijo a los apóstoles: "A donde Yo voy, ya sabéis el camino". Y Tomás le respondió: "Señor: no sabemos a donde vas, ¿cómo podemos saber el camino?" (Jn. 14, 15). Los apóstoles no lograban entender el camino por el cual debía transitar Jesús, porque ese camino era el de la Cruz. En ese momento ellos eran incapaces de comprender esto tan doloroso. Y entre los apóstoles había uno que jamás podía decir que entendía algo que no lograba comprender. Ese hombre era Tomás. Era demasiado sincero, y tomaba las cosas muy en serio, para decir externamente aquello que su interior no aceptaba. Tenía que estar seguro. De manera que le expresó a Jesús sus dudas y su incapacidad para entender aquello que Él les estaba diciendo.
Admirable respuesta:
Y lo maravilloso es que la pregunta de un hombre que dudaba obtuvo una de las respuestas más formidables del Hijo de Dios. Uno de las más importantes afirmaciones que hizo Jesús en toda su vida. Nadie en la religión debe avergonzarse de preguntar y buscar respuestas acerca de aquello que no entiende, porque hay una verdad sorprendente y bendita: todo el que busca encuentra.
Le dijo Jesús: "Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida. Nadie va al Padre sino por mí" Ciertos santos como por ejemplo el Padre Alberione, Fundador de los Padres Paulinos, eligieron esta frase para meditarla todos los días de su vida. Porque es demasiado importante como para que se nos pueda olvidar. Esta hermosa frase nos admira y nos emociona a nosotros, pero mucho más debió impresionar a los que la escucharon por primera vez.
En esta respuesta Jesús habla de tres cosas supremamente importantes para todo israelita: el Camino, la Verdad y la Vida. Para ellos el encontrar el verdadero camino para llegar a la santidad, y lograr tener la verdad y conseguir la vida verdadera, eran cosas extraordinariamente importantes.
En sus viajes por el desierto sabían muy bien que si equivocaban el camino estaban irremediablemente perdidos, pero que si lograban viajar por el camino seguro, llegarían a su destino. Pero Jesús no sólo anuncia que les mostrará a sus discípulos cuál es el camino a seguir, sino que declara que Él mismo es el Camino, la Verdad y la Vida.
Notable diferencia: Si le preguntamos al alguien que sabe muy bien: ¿Dónde queda el hospital principal? Puede decirnos: siga 200 metros hacia el norte y 300 hacia occidente y luego suba 15 metros... Quizás logremos llegar. Quizás no. Pero si en vez de darnos eso respuesta nos dice: "Sígame, que yo voy para allá", entonces sí que vamos a llegar con toda seguridad. Es lo que hizo Jesús: No sólo nos dijo cual era el camino para llegar a la Eterna Feliz, sino que afirma solemnemente: "Yo voy para allá, síganme, que yo soy el Camino para llegar con toda seguridad". Y añade: Nadie viene al Padre sino por Mí: "O sea: que para no equivocarnos, lo mejor será siempre ser amigos de Jesús y seguir sus santos ejemplos y obedecer sus mandatos. Ese será nuestro camino, y la Verdad nos conseguirá la Vida Eterna".
El hecho más famoso de Tomás
Los creyentes recordamos siempre al apóstol Santo Tomás por su famosa duda acerca de Jesús resucitado y su admirable profesión de fe cuando vio a Cristo glorioso.
Dice San Juan (Jn. 20, 24) "En la primera aparición de Jesús resucitado a sus apóstoles no estaba con ellos Tomás. Los discípulos le decían: "Hemos visto al Señor". El les contestó: "si no veo en sus manos los agujeros de los clavos, y si no meto mis dedos en los agujeros sus clavos, y no meto mi mano en la herida de su constado, no creeré". Ocho días después estaban los discípulos reunidos y Tomás con ellos. Se presento Jesús y dijo a Tomás: "Acerca tu dedo: aquí tienes mis manos. Trae tu mano y métela en la herida de mi costado, y no seas incrédulo sino creyente". Tomás le contestó: "Señor mío y Dios mío". Jesús le dijo: "Has creído porque me has visto. Dichosos los que creen sin ver".
Parece que Tomás era pesimista por naturaleza. No le cabía la menor duda de que amaba a Jesús y se sentía muy apesadumbrado por su pasión y muerte. Quizás porque quería sufrir a solas la inmensa pena que experimentaba por la muerte de su amigo, se había retirado por un poco de tiempo del grupo. De manera que cuando Jesús se apareció la primera vez, Tomás no estaba con los demás apóstoles. Y cuando los otros le contaron que el Señor había resucitado, aquella noticia le pareció demasiado hermosa para que fuera cierta.
Tomás cometió un error al apartarse del grupo. Nadie está pero informado que el que está ausente. Separarse del grupo de los creyentes es exponerse a graves fallas y dudas de fe. Pero él tenía una gran cualidad: se negaba a creer sin más ni más, sin estar convencido, y a decir que sí creía, lo que en realidad no creía. El no apagaba las dudas diciendo que no quería tratar de ese tema. No, nunca iba a recitar el credo un loro. No era de esos que repiten maquinalmente lo que jamás han pensado y en lo que no creen. Quería estar seguro de su fe.
Y Tomás tenía otra virtud: que cuando se convencía de sus creencias las seguía hasta el final, con todas sus consecuencias. Por eso hizo es bellísima profesión de fe "Señor mío y Dios mío", y por eso se fue después a propagar el evangelio, hasta morir martirizado por proclamar su fe en Jesucristo resucitado. Preciosas dudas de Tomás que obtuvieron de Jesús aquella bella noticia: "Dichosos serán los que crean sin ver".
http://www.ewtn.com/spanish/Saints/Tom%C3%A1s_ap%C3%B3stol_7_3.htm
La tradición antigua dice que Santo Tomás Apóstol fue martirizado en la India el 3 de julio del año 72. Parece que en los últimos años de su vida estuvo evangelizando en Persia y en la India, y que allí sufrió el martirio.
De este apóstol narra el santo evangelio tres episodios.
El primero sucede cuando Jesús se dirige por última vez a Jerusalem, donde según lo anunciado, será atormentado y lo matarán. En este momento los discípulos sienten un impresionante temor acerca de los graves sucesos que pueden suceder y dicen a Jesús: "Los judíos quieren matarte y ¿vuelves allá?. Y es entonces cuando interviene Tomás, llamado Dídimo (en este tiempo muchas personas de Israel tenían dos nombres: uno en hebreo y otro en griego. Así por ej. Pedro en griego y Cefás en hebreo). Tomás, es nombre hebreo. En griego se dice "Dídimo", que significa lo mismo: el gemelo.
Cuenta San Juan (Jn. 11,16) "Tomás, llamado Dídimo, dijo a los demás: Vayamos también nosotros y muramos con Él". Aquí el apóstol demuestra su admirable valor. Un escritor llegó a decir que en esto Tomás no demostró solamente "una fe esperanzada, sino una desesperación leal". O sea: él estaba seguro de una cosa: sucediera lo que sucediera, por grave y terrible que fuera, no quería abandonar a Jesús. El valor no significa no tener temor. Si no experimentáramos miedo y temor, resultaría muy fácil hacer cualquier heroísmo. El verdadero valor se demuestra cuando se está seguro de que puede suceder lo peor, sentirse lleno de temores y terrores y sin embargo arriesgarse a hacer lo que se tiene que hacer. Y eso fue lo que hizo Tomás aquel día. Nadie tiene porque sentirse avergonzado de tener miedo y pavor, pero lo que sí nos debe avergonzar totalmente es el que a causa del temor dejemos de hacer lo que la conciencia nos dice que sí debemos hacer, Santo Tomás nos sirva de ejemplo.
La segunda intervención: sucedió en la Última Cena. Jesús les dijo a los apóstoles: "A donde Yo voy, ya sabéis el camino". Y Tomás le respondió: "Señor: no sabemos a donde vas, ¿cómo podemos saber el camino?" (Jn. 14, 15). Los apóstoles no lograban entender el camino por el cual debía transitar Jesús, porque ese camino era el de la Cruz. En ese momento ellos eran incapaces de comprender esto tan doloroso. Y entre los apóstoles había uno que jamás podía decir que entendía algo que no lograba comprender. Ese hombre era Tomás. Era demasiado sincero, y tomaba las cosas muy en serio, para decir externamente aquello que su interior no aceptaba. Tenía que estar seguro. De manera que le expresó a Jesús sus dudas y su incapacidad para entender aquello que Él les estaba diciendo.
Admirable respuesta:
Y lo maravilloso es que la pregunta de un hombre que dudaba obtuvo una de las respuestas más formidables del Hijo de Dios. Uno de las más importantes afirmaciones que hizo Jesús en toda su vida. Nadie en la religión debe avergonzarse de preguntar y buscar respuestas acerca de aquello que no entiende, porque hay una verdad sorprendente y bendita: todo el que busca encuentra.
Le dijo Jesús: "Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida. Nadie va al Padre sino por mí" Ciertos santos como por ejemplo el Padre Alberione, Fundador de los Padres Paulinos, eligieron esta frase para meditarla todos los días de su vida. Porque es demasiado importante como para que se nos pueda olvidar. Esta hermosa frase nos admira y nos emociona a nosotros, pero mucho más debió impresionar a los que la escucharon por primera vez.
En esta respuesta Jesús habla de tres cosas supremamente importantes para todo israelita: el Camino, la Verdad y la Vida. Para ellos el encontrar el verdadero camino para llegar a la santidad, y lograr tener la verdad y conseguir la vida verdadera, eran cosas extraordinariamente importantes.
En sus viajes por el desierto sabían muy bien que si equivocaban el camino estaban irremediablemente perdidos, pero que si lograban viajar por el camino seguro, llegarían a su destino. Pero Jesús no sólo anuncia que les mostrará a sus discípulos cuál es el camino a seguir, sino que declara que Él mismo es el Camino, la Verdad y la Vida.
Notable diferencia: Si le preguntamos al alguien que sabe muy bien: ¿Dónde queda el hospital principal? Puede decirnos: siga 200 metros hacia el norte y 300 hacia occidente y luego suba 15 metros... Quizás logremos llegar. Quizás no. Pero si en vez de darnos eso respuesta nos dice: "Sígame, que yo voy para allá", entonces sí que vamos a llegar con toda seguridad. Es lo que hizo Jesús: No sólo nos dijo cual era el camino para llegar a la Eterna Feliz, sino que afirma solemnemente: "Yo voy para allá, síganme, que yo soy el Camino para llegar con toda seguridad". Y añade: Nadie viene al Padre sino por Mí: "O sea: que para no equivocarnos, lo mejor será siempre ser amigos de Jesús y seguir sus santos ejemplos y obedecer sus mandatos. Ese será nuestro camino, y la Verdad nos conseguirá la Vida Eterna".
El hecho más famoso de Tomás
Los creyentes recordamos siempre al apóstol Santo Tomás por su famosa duda acerca de Jesús resucitado y su admirable profesión de fe cuando vio a Cristo glorioso.
Dice San Juan (Jn. 20, 24) "En la primera aparición de Jesús resucitado a sus apóstoles no estaba con ellos Tomás. Los discípulos le decían: "Hemos visto al Señor". El les contestó: "si no veo en sus manos los agujeros de los clavos, y si no meto mis dedos en los agujeros sus clavos, y no meto mi mano en la herida de su constado, no creeré". Ocho días después estaban los discípulos reunidos y Tomás con ellos. Se presento Jesús y dijo a Tomás: "Acerca tu dedo: aquí tienes mis manos. Trae tu mano y métela en la herida de mi costado, y no seas incrédulo sino creyente". Tomás le contestó: "Señor mío y Dios mío". Jesús le dijo: "Has creído porque me has visto. Dichosos los que creen sin ver".
Parece que Tomás era pesimista por naturaleza. No le cabía la menor duda de que amaba a Jesús y se sentía muy apesadumbrado por su pasión y muerte. Quizás porque quería sufrir a solas la inmensa pena que experimentaba por la muerte de su amigo, se había retirado por un poco de tiempo del grupo. De manera que cuando Jesús se apareció la primera vez, Tomás no estaba con los demás apóstoles. Y cuando los otros le contaron que el Señor había resucitado, aquella noticia le pareció demasiado hermosa para que fuera cierta.
Tomás cometió un error al apartarse del grupo. Nadie está pero informado que el que está ausente. Separarse del grupo de los creyentes es exponerse a graves fallas y dudas de fe. Pero él tenía una gran cualidad: se negaba a creer sin más ni más, sin estar convencido, y a decir que sí creía, lo que en realidad no creía. El no apagaba las dudas diciendo que no quería tratar de ese tema. No, nunca iba a recitar el credo un loro. No era de esos que repiten maquinalmente lo que jamás han pensado y en lo que no creen. Quería estar seguro de su fe.
Y Tomás tenía otra virtud: que cuando se convencía de sus creencias las seguía hasta el final, con todas sus consecuencias. Por eso hizo es bellísima profesión de fe "Señor mío y Dios mío", y por eso se fue después a propagar el evangelio, hasta morir martirizado por proclamar su fe en Jesucristo resucitado. Preciosas dudas de Tomás que obtuvieron de Jesús aquella bella noticia: "Dichosos serán los que crean sin ver".
http://www.ewtn.com/spanish/Saints/Tom%C3%A1s_ap%C3%B3stol_7_3.htm
sábado, 3 de julio de 2010
“el santo de lo ordinario”
EL CARDENAL ROUCO DESTACA LA MODERNIDAD DEL MENSAJE DE SAN JOSEMARÍA ESCRIVÁ
Madrid, Junio 26 de 2010.- El cardenal arzobispo de Madrid, Antonio Rouco Varela, presidió esta mañana la concelebración eucarística en la fiesta de san Josemaría Escrivá, celebrada en la catedral de La Almudena, y animó a los fieles que llenaban el templo a “buscar a Dios en lo ordinario”, a ser “testigos que ayuden a superar dudas y escepticismos”.
El cardenal Rouco sugirió “dar gracias a Dios por la huella profunda que la santidad del fundador del Opus Dei deja en tantos miles de personsa en todo el mundo”, con “un testimonio que es innovador y moderno para las necesidades del siglo XXI, que nos recuerda que Dios está a nuestro lado”.
El arzobispo de Madrid destacó la presencia de muchas familias, jóvenes y niños en la eucaristía, a los que pidió “oración y ayuda” ante la próxima Jornada Mundial de la Juventud, que se celebrará en Madrid en agosto de 2011.
“Dad testimonio alegre y elocuente de vuestra fe ante los demás, dejad subir a Cristo en la barca de vuestra vida y pedirle fuerza para remar mar adentro”, dijo también el cardenal, que animó a “una intensa evangelización en el ambiente de cada uno”, sin olvidar que “cada hombre es un don del amor de Dios”, en palabras de Benedicto XVI.
La eucarístía celebrada en Madrid incluyó una plegaria por “los parados y todos los que sufren los efectos de la crisis” y una petición por las vocaciones de entrega a Dios en medio del mundo, así como las de la vida sacerdotal y religiosa.
Otras celebraciones eucarísticas se han celebrado en diversas partes del mundo donde la figura de san Josemaría Escrivá cuenta con muchos devotos. El fundador del Opus Dei nació en 1902 en Barbastro y falleció en Roma el 26 de junio de 1975. Fue canonizado el 6 de octubre de 2002 por Juan Pablo II, que lo definió como “el santo de lo ordinario”.
http://revistaecclesia.com/content/view/18732/65/
Madrid, Junio 26 de 2010.- El cardenal arzobispo de Madrid, Antonio Rouco Varela, presidió esta mañana la concelebración eucarística en la fiesta de san Josemaría Escrivá, celebrada en la catedral de La Almudena, y animó a los fieles que llenaban el templo a “buscar a Dios en lo ordinario”, a ser “testigos que ayuden a superar dudas y escepticismos”.
El cardenal Rouco sugirió “dar gracias a Dios por la huella profunda que la santidad del fundador del Opus Dei deja en tantos miles de personsa en todo el mundo”, con “un testimonio que es innovador y moderno para las necesidades del siglo XXI, que nos recuerda que Dios está a nuestro lado”.
El arzobispo de Madrid destacó la presencia de muchas familias, jóvenes y niños en la eucaristía, a los que pidió “oración y ayuda” ante la próxima Jornada Mundial de la Juventud, que se celebrará en Madrid en agosto de 2011.
“Dad testimonio alegre y elocuente de vuestra fe ante los demás, dejad subir a Cristo en la barca de vuestra vida y pedirle fuerza para remar mar adentro”, dijo también el cardenal, que animó a “una intensa evangelización en el ambiente de cada uno”, sin olvidar que “cada hombre es un don del amor de Dios”, en palabras de Benedicto XVI.
La eucarístía celebrada en Madrid incluyó una plegaria por “los parados y todos los que sufren los efectos de la crisis” y una petición por las vocaciones de entrega a Dios en medio del mundo, así como las de la vida sacerdotal y religiosa.
Otras celebraciones eucarísticas se han celebrado en diversas partes del mundo donde la figura de san Josemaría Escrivá cuenta con muchos devotos. El fundador del Opus Dei nació en 1902 en Barbastro y falleció en Roma el 26 de junio de 1975. Fue canonizado el 6 de octubre de 2002 por Juan Pablo II, que lo definió como “el santo de lo ordinario”.
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Mons. Javier Echevarría rememora el 26 de junio de 1975
Sí, aquí en esta casa rindió su alma al Señor. Los que vivíamos a su alrededor, le habíamos oído muchas cosas a propósito de la última llamada del Señor. Pero concretamente nos decía que, -no porque nos consideremos mejores: en el Opus Dei sabemos que tenemos la misma calidad o peor que las demás personas, y por lo tanto de todos tenemos que aprender-, pero nos decía que en el Opus Dei tenemos que tender a gastar la vida bien exprimidos, como un limón, dando hasta la última gota.
Nos comentaba que quería que el final de su vida fuese un intervalo muy corto, muy corto. Que desde que se advirtieran los síntomas de una posible llamada del Señor, que no diera la lata. Quería estar vestido, para que no tuviésemos que vestirle. Y estaba completamente preparado, también físicamente.
Bueno, pues el Señor le hizo caso.
Llevaba años, ya al final de su vida, muy gastado por una enfermedad terrible, una diabetes que provocó consecuencias muy fuertes. Porque a un paciente de la diabetes, le aflige la vista, y tiene consecuencias pulmonares y cardíacas. Y además estaba gastado porque se entregaba a todo lo que hacía. Y se notaba que la vida iba ya a su fin. Como él decía: "Se me hace de noche".
Aquél día, el 26 de junio de 1975, le ayudé a Misa. Y era maravilloso ver la piedad con que se acercaba a ese momento que era el momento álgido, cumbre, de su jornada. Celebró la misa de la Virgen, que aquel día se podía celebrar. Después salimos en coche hacia un centro interregional para las mujeres, y estuvo hablando con ellas: les habló del alma sacerdotal, de la posibilidad que tienen de unirse al sacrificio de Cristo y de saber que el altar no está lejos de ellas, está en sus vidas, porque cada uno podemos hacer de nuestra vida un altar con una ofrenda a Cristo.
En un momento dado, los que le acompañábamos observamos algo, algo que no era normal en él, un gesto como de asfixia. Entonces cortamos aquella reunión. Quitó importancia a su situación y emprendimos el camino de regreso a Roma, porque este Centro está como a unos 20 kilómetros de aquí.
Durante el viaje no habló, pero respiraba paz. Nos daba paz con su manera de aceptar la voluntad de Dios con lo que fuera. Llegamos a esta casa y, para no preocupar a la gente, bajó del coche con la soltura de siempre, aunque podía costarle esfuerzo bajarse del coche o subir las escaleras. Y cuando llegó al oratorio hizo una genuflexión piadosa, amando al Señor que se inmola y se queda ahí oculto por nosotros, y fuimos al despacho de trabajo.
Yo me quedé cerrando las puertas del ascensor y oí su voz que me llamaba: “¡Javi! ¡Javi!”. Porque esa es otra cosa bonita: en el Opus Dei nos llamamos con los nombres que nos han dado nuestros familiares, de esa manera no nos separamos de la familia de sangre. La queremos más que antes. En casa, mis padres y mis ocho hermanos me llamaban Javi.
Y San Josemaría me dijo: "No me encuentro bien". Y en ese momento, cayó desplomado y se nos marchó al Cielo. No tuvimos conciencia de que nos dejaba. Aunque sabíamos que no nos dejaría definitivamente, porque estábamos seguros de algo que nos había dicho: "Cuando me marche de este mundo, si me ayudáis a saltarme el purgatorio, desde el cielo os ayudaré más".
Y desde ese primer momento todos sentimos la pena, -porque no es lógico querer a una persona y no sentir la pena cuando nos deja-, y al mismo tiempo la alegría de que se estaba cumpliendo de que nos ayudaba más, más y más.
Como nos decía tantas veces, pidiéndonos que nos esforzásemos en lo que vivíamos con un “más, más y más”. Y que no nos conformásemos con lo que ya hacíamos. Por lo tanto, su marcha al cielo, su ‘dies natalis’, como se dice en la Iglesia, lo experimentamos inmediatamente después de que nos había dejado.
Hicimos todos los esfuerzos para ver si lo recuperábamos, porque evidentemente se trataba de un paro cardíaco, no se consiguió y eso no nos desanimó. Nos llevó a pensar que teníamos un intercesor en el Cielo, que si tanto nos había querido en la Tierra, con ese amor tan cerca del Señor, nos iba a seguir ayudando más de cerca que cuando estaba aquí entre nosotros.
- Sin embargo, don Javier, la muerte no es bien recibida, la muerte es una calamidad. Y hay mucha gente que se queda sin su hijo, sin su mujer, sin su hermano, sin el ser al que más quiere, de pronto, muy joven. Y ahí se producen unos desgarros terribles. ¿Qué se les dice? En esos momentos no sirve nada, don Javier.
- Si no ocurriera así no seríamos humanos. Solamente las bestias no lloran, decía san Josemaría. Los hombres y las mujeres, cuando notamos la ausencia de una persona a la que hemos querido con toda el alma, o que nos ha querido con toda el alma, lloramos y tenemos pena en el corazón.
¿Cómo se puede pensar que la Virgen, esa mujer excelsa, no sentiría el corazón roto al presenciar la muerte de su hijo? Y sin embargo sabía que esa era la voluntad de Dios para que nosotros fuésemos salvados. Y es lógico sufrir.
Pero sería una triste cosa que tuviéramos que vivir miles de años, viejecitos. En cambio, ¡saber que dejamos esta morada para ir a la morada eterna donde nos esperan el Padre, el Hijo, y el Espíritu Santo con los brazos abiertos, es un gozo muy grande!
Le diré el consejo que siempre daba san Josemaría cuando se nos marchaban al cielo nuestros padres o familiares. Nos decía: "Piensa una cosa, ahora debes vivir la presencia de Dios recurriendo a la intercesión de tu padre, o de tu madre, o de tu esposa o de tu esposo, porque están contemplando a Dios y te van a ayudar muy directamente". Y añadía: "Y no olvides que, si tú tienes la fe es porque ellos te la han facilitado, han puesto la vida tuya a un nivel de responder a Dios que tienes que mantener bien alto. Comprendo que hay dolor, pero al mismo tiempo tiene que haber la paz de que la vida no se termina en este mundo, se cambia. Y la vida verdadera se recupera en el Cielo".
http://www.opusdei.org.co/art.php?p=39501
Nos comentaba que quería que el final de su vida fuese un intervalo muy corto, muy corto. Que desde que se advirtieran los síntomas de una posible llamada del Señor, que no diera la lata. Quería estar vestido, para que no tuviésemos que vestirle. Y estaba completamente preparado, también físicamente.
Bueno, pues el Señor le hizo caso.
Llevaba años, ya al final de su vida, muy gastado por una enfermedad terrible, una diabetes que provocó consecuencias muy fuertes. Porque a un paciente de la diabetes, le aflige la vista, y tiene consecuencias pulmonares y cardíacas. Y además estaba gastado porque se entregaba a todo lo que hacía. Y se notaba que la vida iba ya a su fin. Como él decía: "Se me hace de noche".
Aquél día, el 26 de junio de 1975, le ayudé a Misa. Y era maravilloso ver la piedad con que se acercaba a ese momento que era el momento álgido, cumbre, de su jornada. Celebró la misa de la Virgen, que aquel día se podía celebrar. Después salimos en coche hacia un centro interregional para las mujeres, y estuvo hablando con ellas: les habló del alma sacerdotal, de la posibilidad que tienen de unirse al sacrificio de Cristo y de saber que el altar no está lejos de ellas, está en sus vidas, porque cada uno podemos hacer de nuestra vida un altar con una ofrenda a Cristo.
En un momento dado, los que le acompañábamos observamos algo, algo que no era normal en él, un gesto como de asfixia. Entonces cortamos aquella reunión. Quitó importancia a su situación y emprendimos el camino de regreso a Roma, porque este Centro está como a unos 20 kilómetros de aquí.
Durante el viaje no habló, pero respiraba paz. Nos daba paz con su manera de aceptar la voluntad de Dios con lo que fuera. Llegamos a esta casa y, para no preocupar a la gente, bajó del coche con la soltura de siempre, aunque podía costarle esfuerzo bajarse del coche o subir las escaleras. Y cuando llegó al oratorio hizo una genuflexión piadosa, amando al Señor que se inmola y se queda ahí oculto por nosotros, y fuimos al despacho de trabajo.
Yo me quedé cerrando las puertas del ascensor y oí su voz que me llamaba: “¡Javi! ¡Javi!”. Porque esa es otra cosa bonita: en el Opus Dei nos llamamos con los nombres que nos han dado nuestros familiares, de esa manera no nos separamos de la familia de sangre. La queremos más que antes. En casa, mis padres y mis ocho hermanos me llamaban Javi.
Y San Josemaría me dijo: "No me encuentro bien". Y en ese momento, cayó desplomado y se nos marchó al Cielo. No tuvimos conciencia de que nos dejaba. Aunque sabíamos que no nos dejaría definitivamente, porque estábamos seguros de algo que nos había dicho: "Cuando me marche de este mundo, si me ayudáis a saltarme el purgatorio, desde el cielo os ayudaré más".
Y desde ese primer momento todos sentimos la pena, -porque no es lógico querer a una persona y no sentir la pena cuando nos deja-, y al mismo tiempo la alegría de que se estaba cumpliendo de que nos ayudaba más, más y más.
Como nos decía tantas veces, pidiéndonos que nos esforzásemos en lo que vivíamos con un “más, más y más”. Y que no nos conformásemos con lo que ya hacíamos. Por lo tanto, su marcha al cielo, su ‘dies natalis’, como se dice en la Iglesia, lo experimentamos inmediatamente después de que nos había dejado.
Hicimos todos los esfuerzos para ver si lo recuperábamos, porque evidentemente se trataba de un paro cardíaco, no se consiguió y eso no nos desanimó. Nos llevó a pensar que teníamos un intercesor en el Cielo, que si tanto nos había querido en la Tierra, con ese amor tan cerca del Señor, nos iba a seguir ayudando más de cerca que cuando estaba aquí entre nosotros.
- Sin embargo, don Javier, la muerte no es bien recibida, la muerte es una calamidad. Y hay mucha gente que se queda sin su hijo, sin su mujer, sin su hermano, sin el ser al que más quiere, de pronto, muy joven. Y ahí se producen unos desgarros terribles. ¿Qué se les dice? En esos momentos no sirve nada, don Javier.
- Si no ocurriera así no seríamos humanos. Solamente las bestias no lloran, decía san Josemaría. Los hombres y las mujeres, cuando notamos la ausencia de una persona a la que hemos querido con toda el alma, o que nos ha querido con toda el alma, lloramos y tenemos pena en el corazón.
¿Cómo se puede pensar que la Virgen, esa mujer excelsa, no sentiría el corazón roto al presenciar la muerte de su hijo? Y sin embargo sabía que esa era la voluntad de Dios para que nosotros fuésemos salvados. Y es lógico sufrir.
Pero sería una triste cosa que tuviéramos que vivir miles de años, viejecitos. En cambio, ¡saber que dejamos esta morada para ir a la morada eterna donde nos esperan el Padre, el Hijo, y el Espíritu Santo con los brazos abiertos, es un gozo muy grande!
Le diré el consejo que siempre daba san Josemaría cuando se nos marchaban al cielo nuestros padres o familiares. Nos decía: "Piensa una cosa, ahora debes vivir la presencia de Dios recurriendo a la intercesión de tu padre, o de tu madre, o de tu esposa o de tu esposo, porque están contemplando a Dios y te van a ayudar muy directamente". Y añadía: "Y no olvides que, si tú tienes la fe es porque ellos te la han facilitado, han puesto la vida tuya a un nivel de responder a Dios que tienes que mantener bien alto. Comprendo que hay dolor, pero al mismo tiempo tiene que haber la paz de que la vida no se termina en este mundo, se cambia. Y la vida verdadera se recupera en el Cielo".
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