domingo, 25 de julio de 2010

SEÑOR, ENSÉÑANOS A ORAR

Los textos litúrgicos de este domingo nos enseñan diversos modos de orar. Abrahán aparece en la primera lectura como modelo de oración de intercesión por los habitantes de Sodoma. En el Evangelio, Jesucristo nos enseña con el padrenuestro dos modos de orar: la oración de deseo, en la primera parte, y la oración de súplica, en la segunda. El texto de la carta a los colosenses no trata directamente de la oración, pero podríamos decir que ofrece el fundamento de toda oración cristiana, sobre todo, de la oración litúrgica, que es el misterio de la muerte y resurrección de Jesucristo. Quizá se pudiera hablar de la oración que se hace vida, aquella que se entrega por amor. La oración de intercesión. Interceder es unirse a Jesucristo, único mediador entre Dios y los hombres.

Hoy nos invita a participar, de alguna manera, en su mediación salvífica. En la intercesión, en efecto, el orante no busca su propio interés, sino el de los demás, incluso el de los que le hacen mal. Normalmente, se intercede por alguien que está en necesidad, en peligro o en dificultad. Así lo hace Abrahán ante la situación de Sodoma y Gomorra, a punto de ser destruidas por su maldad. La de él es una intercesión llena de atrevimiento y osadía para con Dios, pero, al mismo tiempo, de grandísima humildad. La oración de intercesión complace a Dios, porque es la propia de un corazón conforme a la misericordia del mismo Señor. Pero la efi cacia divina, obtenida por el intercesor, puede encontrar acogida o rechazo en la persona por la que se intercede. Ante la intercesión de Abrahán, Dios intercede y salva a Lot y a sus hijas, pero Sodoma y Gomorra son arrasadas por el fuego. La oración de deseo.

Lo propio del amor es pensar primeramente en Aquel que amamos. Por eso, en el padrenuestro que Jesucristo nos enseñó, el corazón del creyente eleva hasta Dios el deseo ardiente, el ansia del hijo por la gloria del Padre, siguiendo las huellas de Jesucristo. ¿Qué es lo que el cristiano más puede desear en este mundo? El Evangelio nos responde: que sea santificado el nombre de Dios, que venga su Reino. El cristiano desea ardientemente que Dios sea reconocido como santo, como totalmente diferente del mundo, como el totalmente Otro, como el Trascendente que sostiene nuestra libertad y alienta nuestra hambre de trascendencia. El cristiano anhela fuertemente que se establezca el reino y reinado de Dios sobre la tierra.
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Ustedes recibieron el espíritu de hijos adoptivos, que nos hace llamar a Dios «Abbá», es decir, «Padre».

San Lucas 11, 1-13

Estaba Jesús orando en algún lugar, y al terminar, uno de sus discípulos le dijo: «Señor, enséñanos a orar como les enseñó Juan el Bautista a sus discípulos.» Él les dijo: «Cuando oren, digan: Padre, santifi cado sea tu nombre; ven a reinar; danos cada día nuestro pan del mañana; perdónanos nuestros pecados, que también nosotros perdonamos a todos los que nos ofenden, y no nos dejes caer en la tentación.» Luego les dijo: «Supongamos que uno de ustedes va a medianoche a donde su amigo y le dice: Amigo, préstame tres panes, porque un amigo que estaba de viaje acaba de llegar a mi casa y no tengo qué ofrecerle’. Sin duda el otro no le va a responder desde dentro: No me molestes, la puerta ya está trancada, mis hijos y yo estamos acostados, no puedo levantarme a darte nada. Porque si no se levanta a darle los panes por ser amigo suyo, les digo que al menos por su importunidad se levantará y le dará lo que necesite. Así también les digo a ustedes: Pidan, y recibirán; busquen, y encontrarán; llamen a la puerta, y les abrirán. Porque todo el que pide recibe, el que busca encuentra, y al que toca a la puerta le abren. Supongamos que a un padre de familia el hijo le pide un pescado; ¿le va a dar una serpiente en vez del pescado? O supongamos que le pide un huevo; ¿le va a dar un alacrán? Ustedes, pues, por malos que sean, saben regalar cosas buenas a sus hijos. Con mucha más razón el Padre, que está en el cielo, les dará el Espíritu Santo a quienes se lo pidan.»
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