viernes, 30 de diciembre de 2011

Queridas familias, ¡sed valientes!

Como dijo el beato Juan Pablo II:

"Una auténtica familia, fundada en el matrimonio, es en sí misma una "buena nueva para el mundo".

Y añadió: "En nuestro tiempo son cada vez más las familias que colaboran activamente en la evangelización... En la Iglesia ha llegado la hora de la familia, que es también la hora de la familia misionera" [...]

Queridas familias, ¡sed valientes! No cedáis a esa mentalidad secularizada que propone la convivencia como preparatoria, o incluso sustitutiva del matrimonio. Enseñad con vuestro testimonio de vida que es posible amar, como Cristo, sin reservas; que no hay que tener miedo a comprometerse con otra persona.

Queridas familias, alegraos por la paternidad y la maternidad. La apertura a la vida es signo de apertura al futuro, de confianza en el porvenir, del mismo modo que el respeto de la moral natural libera a la persona en vez de desolarla. El bien de la familia es también el bien de la Iglesia.

Quisiera reiterar lo que ya he dicho otra vez: "La edificación de cada familia cristiana se sitúa en el contexto de la familia más amplia, que es la Iglesia, la cual la sostiene y la lleva consigo... Y, de forma recíproca, la Iglesia es edificada por las familias, "pequeñas Iglesias domésticas"".

Roguemos al Señor para que las familias sean cada vez más pequeñas Iglesias y las comunidades eclesiales sean cada vez más familia. (Benedicto XVI, 5 de junio de 2011).

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jueves, 22 de diciembre de 2011

La humildad como virtud


Lectura del santo Evangelio según san Lucas 1, 46-56

Y dijo María: "Engrandece mi alma al Señor y mi espíritu se alegra en Dios mi salvador, porque ha puesto los ojos en la humildad de su esclava; por eso, desde ahora todas las generaciones me llamarán bienaventurada, porque ha hecho en mi favor maravillas el Poderoso, Santo es su nombre y su misericordia alcanza de generación en generación a los que le temen. Desplegó la fuerza de su brazo, dispersó a los que son soberbios en su propio corazón. Derribó a los potentados de sus tronos y exaltó a los humildes. A los hambrientos colmó de bienes y despidió a los ricos sin nada. Acogió a Israel, su siervo, acordándose de su misericordia como había anunciado a nuestros padres en favor de Abraham y de su linaje por los siglos." María permaneció con ella unos tres meses, y se volvió a su casa.

Oración introductoria

Jesús, tú conoces mi corazón mejor que nadie. Sabes cuan débil es mi fe, pero también conoces mis anhelos de creer y confiar más. Tú dijiste: «Todo es posible para el que cree» (Mc 9, 23), y por eso te pido como aquel padre cuando curaste a su hijo: «Creo, pero ayúdame porque tengo poca fe» (Mc 9, 24). Fe, Señor, eso te pido para iniciar esta oración. Pongo en tus manos mis más íntimas intenciones, tú las conoces y sabes qué es lo que necesito. María, ayúdame a creer confiadamente en Él para poder alegrarme en Dios mi Salvador como tú lo hacías.

Petición

Señor, que en este día sienta mayor necesidad de Ti.

Meditación

Es un canto que revela la espiritualidad (...) de aquellos fieles que se reconocían «pobres» no sólo por el desapego a toda idolatría de la riqueza y del poder, sino también por la humildad profunda del corazón, desnudo de la tentación del orgullo, abierto a la gracia divina salvadora. Todo el «Magnificat», que acabamos de escuchar interpretado por el Coro de la Capilla Sixtina, se caracteriza por esta «humildad», en griego «tapeinosis», que indica una situación de concreta humildad y pobreza. (...) Con frecuencia, su proyecto queda escondido bajo el terreno opaco de las vicisitudes humanas, en las que triunfan «los soberbios», «los poderosos» y «los ricos». Sin embargo, al final, su fuerza secreta está destinada a manifestarse para mostrar quiénes son los verdaderos predilectos de Dios: los «fieles» a su Palabra, «los humildes», «los hambrientos», «Israel, su siervo», es decir, la comunidad del pueblo de Dios que, como María, está constituida por quienes son «pobres», puros y sencillos de corazón. Es ese «pequeño rebaño» al que Jesús invita a no tener miedo, pues el Padre ha querido darle su reino (Cf. Lucas 12, 32). De este modo, este canto nos invita a asociarnos a este pequeño rebaño, a ser realmente miembros del Pueblo de Dios en la pureza y en la sencillez del corazón, en el amor de Dios. (Benedicto XVI, 20 de febrero de 2006)

Reflexión

¡Qué difícil es tener hambre de Dios cuando estamos rodeados de tanto materialismo y satisfacciones inmediatas; cuando todo nos invita a ser más egoístas! Nos vamos cerrando a la gracia divina y nos volvemos orgullosos. Parece ridículo hoy en día tener que depender de un Ser Supremo. Sin embargo, el cristiano se da cuenta que esta mentalidad del mundo contemporáneo no tiene fundamentos y se derrumba con las dificultades de la vida. María sabía bien en quién había puesto su confianza y por eso no se derrumbó en su vida a pesar de las pruebas. Siempre supo mantener esa sencillez de corazón y reconocerse pobre, necesitada de Dios. Cómo resalta ver gente que vive así, como María, alegres, sencillos y puros de corazón. Ojalá que nuestros corazones no se ensoberbezcan ni se vuelvan unas murallas de egoísmo a la acción amorosa de Dios.

Propósito

Agradecerle durante el día a Dios que tenga necesidad de Él: “Gracias, Señor, porque me haces sentir necesidad de Ti”

Diálogo con Cristo

Jesús, es más fácil vivir con la mentalidad del mundo materialista, olvidado de ti, soberbio, y Tú sabes cuánto me atrae y me dejo llevar por él. Pero, Señor, no soy feliz así. Mi mayor dicha es estar contigo, es tener tu paz y tu amor en mi corazón. Ayúdame a ser humilde y necesitado de Ti, a reconocerme pobre y volverme rico con tu presencia. No me dejes solo, te necesito.



"Mi dicha es estar cerca de Dios: yo he puesto mi refugio en ti, Señor, para proclamar todas tus acciones" (Salmo 73, 28)

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Diciembre 22 de 2011


viernes, 16 de diciembre de 2011

Aunque sea una lucecita en medio de tantos fuegos artificiales


Lectura del santo Evangelio según san Juan 5, 33-36

En aquel tiempo, Jesús dijo a los judíos: "Ustedes enviaron mensajeros a Juan el Bautista y él dio testimonio de la verdad. No es que yo quiera apoyarme en el testimonio de un hombre. Si digo esto, es para que ustedes se salven. Juan era la lámpara que ardía y brillaba, y ustedes quisieron alegrarse un instante con su luz. Pero yo tengo un testimonio mejor que el de Juan: las obras que el Padre me ha concedido realizar y que son las que yo hago, dan testimonio de mí y me acreditan como enviado del Padre".

Oración introductoria

Señor, el día de tu llegada está muy cercano y Tú quieres que prepare mi corazón para recibirte. Ilumina, Señor, este corazón que te quiere recibir. Enséñame a ser una lámpara como Juan el Bautista, para poder iluminar a los demás hombres que marchan con miedo en las tinieblas del mundo. Los hombres buscan la Verdadera Luz, que eres Tú mismo, y Tú me llamas a ser una lámpara que lleva un poco de tu Luz. No permitas que el miedo a ser coherente o el temor a ser santo, extingan la luz que me has confiado y que estoy llamado a transmitir. Ilumina las tinieblas de mi corazón para luego poder iluminar las tinieblas de los demás.

Petición

Señor Jesús, haz que pueda experimentar tu amor por mí, para que luego pueda dar testimonio de Ti a los hombres, mis hermanos. Haz de mí un fiel testigo tuyo.

Meditación del Papa

"Aunque sea una lucecita en medio de tantos fuegos artificiales"

De este modo, queridos hermanos y hermanas, toda vuestra existencia debe ser, como la de san Juan Bautista, un gran reclamo vivo, que lleve a Jesucristo, el Hijo de Dios encarnado. Jesús afirmó que Juan era "una lámpara que arde y alumbra" (Jn 5, 35). También vosotros debéis ser lámparas como él. Haced que brille vuestra luz en nuestra sociedad, en la política, en el mundo de la economía, en el mundo de la cultura y de la investigación. Aunque sea una lucecita en medio de tantos fuegos artificiales, recibe su fuerza y su esplendor de la gran Estrella de la mañana, Cristo resucitado, cuya luz brilla -quiere brillar a través de nosotros- y no tendrá nunca ocaso. (Benedicto XVI, Sábado 8 de septiembre de 2007)

Reflexión

En el Evangelio de hoy, Cristo nos lanza un reto: el de ser lámparas como Juan el Bautista. Lámparas que arden y brillan. ¿Cómo lograrlo? Para prender la lámpara se necesita ante todo el fuego que la va a prender. Este fuego no lo podemos hacer nosotros, es el fuego que el Espíritu Santo nos da, como el que dio a los apóstoles el día de Pentecostés. Mientras la lámpara arde, el aceite se va consumiendo, y este aceite es nuestra oración. De ella depende cuánto podrá durar el fuego encendido. Si no somos capaces de entregarnos, de dejarnos consumir por el fuego, éste se extinguirá.

Cristo nos dice además que no quería apoyarse en el testimonio de Juan, esto es comprensible, pues Juan alumbraba para invitar a la gente a la conversión, para estar listos a la hora de la llegada del Señor. El Papa nos dice que brillemos, aunque sea una chispita entre tantos fuegos artificiales, pues las lámparas de algunas personas son sólo eso, fuegos artificiales, que nos deslumbran, pero que después de un instante desparecen. En ellos, no está la Verdadera Luz.

Ahora bien, el testimonio que Cristo quiere que demos, es el de su Amor por nosotros. Ésta es la gran diferencia entre nuestro testimonio y el de Juan. Tenemos que decir al mundo que Dios nos ama y nosotros mismos debemos mostrarlo con nuestras obras. Nuestro amor por Dios debe convertirse en obras y no sólo en palabras. Hacer obras concretas de amor por Dios (actos de caridad, cumplimiento de los mandamientos…) nos exigirá algo de renuncia de nosotros mismos; pero es esta renuncia la que consume nuestro aceite y mantiene nuestra lámpara encendida. Es esta Luz del amor de Dios, la que iluminará a los hombres que viven en las tinieblas del pecado.

Propósito

Seré luz para los hombres haciendo pequeños servicios desinteresados.

Diálogo con Cristo

Señor, mañana empezaremos la novena previa de tu nacimiento, y, como sabes, lo que quiero es recibirte en mi corazón. Te pido que me des un poco de tu fuego para alumbrar mi lámpara, y sobre todo valentía, para no negarte ni una sola gota de aceite; valentía, para no esconder mi lámpara de los demás hombres. Aparta de mí las tinieblas del pecado y del miedo, y ayúdame a mantener mi lámpara siempre encendida para alumbrar la vida de mis hermanos, los hombres.



"Ustedes son la luz del mundo. No se pude ocultar una ciudad construida en lo alto de un monte; y cuando se enciende una vela, no se esconde debajo de una olla, sino que se pone sobre un candelero, para que alumbre a todos los de la casa" (Mt 5, 14-15)

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